::EN LO TURBIO por David G. Casado::


No sabría decir con certeza cuando Nueva York dejó de ser una ciudad para convertirse en un aglomerado híper-condensado de civilización, un lugar sometido al movimiento perpetuo y al terror a la interrupción, bajo la amenaza de ser expulsado del sueño dinámico del futuro. El huracán Sandy dejó a una mitad en la oscuridad durante una semana y algunos volvieron momentáneamente al pasado, para descubrir que éste ya no estaba allí. Todo ha cambiado y, hoy por hoy, sin electricidad sólo parece existir un limbo, una especie de purgatorio que precede a la expulsión definitiva del sueño.
La mitad oscura de Manhattan fue llamada The Blackout Zone, y ya ha sido envuelta por el devenir como una memoria a la que no se puede acceder, un desvanecimiento temporal que sólo ha dejado un levísimo trauma en los afectados, y en el que parece mejor no indagar.
En el albor del invierno se ven pasar a personas que, si estuviéramos en otra época, cautivarían la ciudad, la harían suya con extravagancia y cultura. Hoy parecen lunáticos, figuras que no han sabido adaptarse a los tiempos o lo han hecho de un modo animal, como alimañas que persisten bajo capas y capas de suciedad y experiencia. Matrimonios que se conocieron quizás en Max Kansas City, en algún lujoso penthouse o tal vez en un cine de mala muerte, hoy parecen fuera de lugar en las calles, saturadas de leds comerciales, sirenas y muchedumbres ajetreadas. Ejecutivos que se han quedado en otra época, llevan maletines de cuero marrón, abrigos en tonos claros, desafiando el omnipresente negro o azul marino, y tal vez un sombrero, que siguen usando agendas en papel e incluso tienen contestadores automáticos cuyas casettes han sido regrabadas una y otra vez hasta que los mensajes resultan casi inaudibles y el ruido de fondo se lo come todo.
Si este sitio tuviera algún afuera serían outsiders. Pero ellos están más adentro que nadie, habitan en lo turbio, en la zona inferior del gran depósito, donde las antiguas influencias reposan y de la cual la modernidad actual bebe y toma nutrientes de un modo inconfeso. Se esconden en los viejos apartamentos de ladrillo con suelos de madera gastados y donde suena la reconfortante música del vapor bufando en los radiadores. Es esa la casa donde los fantasmas se refugian, desahuciados de los nuevos edificios y apartamentos reformados de los que las capas de memoria de pasados inquilinos se ha arrancado para siempre. Memorias que han terminado tal vez en el mismo sitio que todas esas hojas de información bancaria y datos personales, hechas pedacitos por los camiones de triturado profesional de papel que se emplean para evitar el robo de identidad. Un lugar turbulento porque es el reducto de lo que no tiene ya razón de ser y ha sido deshecho, como la arena de las playas que Sandy horadara sin contemplaciones, hasta que ha perdido toda identidad que pudiera alguna vez ser robada. Un fondo común, no visible pero sin el cual todo este tinglado se desmoronaría provocando un cataclismo sin precedentes. Un lugar turbio porque es donde lo perdemos todo y ganamos la densidad adecuada para ser por primera vez opacos y, como todo fundamento, dejamos de aspirar a la claridad perfecta.




1 comentario:

  1. Por poco me persuades, David Casado, son así de traicioneras las palabras nacidas de la imaginación afiebrada, clandestina, conspiracionista o del poeta arrinconado por las musas. Pero algo debe decirse para explicar la barbarie, algo es algo, al menos una semblanza aquí y ahora puede colocarnos curitas para sublimar el desconcierto y vendarnos la imaginación "golpe a golpe" como balbuceaba Serrat.

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