::DAKOVIKA por Eloy Rubio Carro::

La peripecia de esta novela comienza cuando quien quiera disponer de ella tenga que entrar físicamente en los territorios donde transcurre, tenga que pasear esos espacios, ir a la única librería que ha podido disponer de ella en León y escuchar del librero, que el editor de la misma, le proporciona los ejemplares a cuentagotas; se dispondrá entonces, como fue el caso, a pedir ayuda al más avezado buscador de joyas librescas e iniciar la pesquisa por el barrio de Santa Ana, en una tienda de viejo donde en su momento se hizo la presentación del libro. Así fue nuestra busca, que nos llevó por un par de bares y unas cuatro tiendas más, y que no dio el fruto deseado, pues acabé por leerla en formato digital. 
Nunca hemos vivido más pegados al mundo inmaterial. Muchas de nuestras lecturas cotidianas carecen de soporte físico; pero, salvo en épocas de prohibición y censura, el contacto físico se limitaba a ir a una librería y llevarse el libro para casa; jamás a estas pesquisas, a estas dilaciones, a estas mojaduras impropias del mes de marzo, para luego conformarse a esa ‘nube del no saber’.
Por cierto, se habrían agotado ‘las camisas de los caídos milicianos’ y no hubo mucho papel, así que ‘el libro que vendrá’, aún tengo esa esperanza, se hubo de editar con la pulpa del papel de libros de viejo de Ramón Goméz de la Serna, Rafael Sánchez Ferlosio, Francisco de Quevedo y otros. Entre esos otros ha de haber algún disparatario valleinclanesco y algún alcorán macarrónico quevediano, pues desde lo inmaterial de la copia que he usado, retorna lo reprimido de esas fantasmagorías, esas diatribas sin igual.
Dicho esto, dos son los asuntos que fluyen manifiestamente por este escrito y llegan a converger y fluir en breve río. El tema de la diferente manera de tratar con el pasado. ‘Los traperos del tiempo’: el anónimo personaje principal; el poeta Pascal, que se entremete en la novela cayendo del cielo  desde un artefacto, ‘Deus ex machina’ aristofánico; el perrillo ‘Karenino’, investido y bautizado con un desportillado ‘Ana Karenina’, casi al comienzo del relato, y Larsen, un trapero de raza. Juntos transitan  por la ciudad sin nombre (trasunto de León) y comercian con libros viejos y objetos venidos del pasado. No buscan nada en concreto. Buscan “los objetos donde se corrompe un presente, que no es el presente pero, al mismo tiempo, se mueve(n) entre ellos con desparpajo, como si la putrefacción los revitalizase, como si le(s) insuflase vida comprobar que el tiempo en fuga se aquieta entre sus manos cuando recupera(n) un ejemplar de librovejero, del anticuario del rastro o del estercolero”.
El tiempo pasado está aquí en esa huella, en ese residuo, presente. Es la ‘presentización’ de ese pasado lo que constituye su modo de vida, su esperanza en la detención del tiempo. El ‘Yo’ narrador, pasará por una experiencia de tiempo enclaustrado, de tiempo detenido donde se percata de que “si todo tiempo es eternamente presente, todo tiempo es irredimible.” La repetición, aun siendo del fragmento, trae la diferencia, que es un 'tiempo ahora' de un tiempo de antes; no aquello que fue. La lucha y por ende la investigación de la novela se plantea contra un uso malversador de lo antiguo. Los traperos son unos ‘puretas’.  Garnach es el afamado poeta de ‘La ciudad sin nombre’, que vive de los muertos; no como los traperos que revivirían a los muertos. Garnach ha conseguido su prestigio apropiándose de los escritos de un poeta de la vanguardia, Vokislav Karbajc: “Breves poemas de versos blancos y desnudos escritos al filo del vacío. Apenas unas ramas de luz, animales escuálidos y ateridos invadidos de insectos. En vez de personas huellas, exudaciones, sombras en estrofas contraídas, una poesía deslumbrante y cruel desprovista de toda esperanza”.
Búsqueda y persecución, factura y destrucción de los libros de Karbajc, entrevera la acción de esta novela de pesquisas. Quién tiene acceso directo a la fuente de estos libros de poemas es Lamieva, la enigmática escuálida y zaína muchacha, que gusta de ocultarse, que transita en  parajes de penumbra propicios a la copulación. Le notamos sus pies caminando tras de un enorme cuadro de Fortuny; solo muy al final escuchamos a esta niña sin palabras, en francés. Lamieva pertenece a la ‘Nobleza de la trapería’. Tiene acceso a las bibliotecas polvorientas y antiguas de ‘La ciudad sin nombre’; pudiéramos pensar que forma parte de una mafia del engaño con los objetos del pasado, sería una exageración. Es una actividad de supervivencia, es el engranaje entre la fuente de la poesía de Karvajc y el fraude de Garnach, el ilustre vate.
El otro tema es el del tiempo presente, diría que es el del intento de parar la fuga que comete el tiempo. Abundan las páginas, en tan breve escrito, en las que se aborda el tema del tiempo; pero es en el capítulo quince, en la página veintiocho, cuando el ‘yo narrador’ que ha caído desde la claraboya por la que espiaba, a una cama de la casa de ‘Siena Pombal’, “un piso donde el tiempo estaba parado, salvado de la muerte”, entra a degüello en el asunto. Ahí acude  en busca de pistas sobre los libros de Karvajc: medio adormecido “creía haber vuelto atrás en el tiempo a un pasado tan remoto como mi infancia en la que mi madre me preparaba el lecho y me arropaba antes de toda angustia del tiempo en fuga, antes de que ella misma desapareciera”. Se siente un hombre destruido, su vida le parece absurda, una narcosis falsaria. Al deambular por la casa se encuentra consigo mismo en un espejo. Acaba peleándose en esa imagen.
Ahí en esa cama de un tiempo detenido se imagina oculto para el mundo, como si no hubiera existido; pero no al modo de Grenouille, el personaje de ‘El perfume’, que al sentirse Dios encuentra la pura nada. Aquí lo que se encuentra es el valor del tiempo, pues es esto lo que aporta la diferencia al individuo; es la ausencia del tiempo que pasa lo que no le deja ser otro, lo que le impediría pasar a ser: “¡Ahí es nada querer ser un no-nada!”.
Una casa donde el tiempo está detenido es el lugar de la muerte, mejor dicho, del ‘no ser’. Así el narrador se vuelve al caer del tiempo, algo viejo, una cosa vieja, un texto rescatable. Pero ya sabemos que puede haber dos usos en este rescate de los textos: El uso que reconoce lo viejo como algo vivo en el presente, el propio de ‘Los traperos del tiempo’. Y el uso que malversa ese pasado manipulándolo por ventaja propia. Ahí comienza la guerra de los traperos y ahí en una segunda visita a la casa de ‘Siena Pombal’ el narrador incorpora, mediante un acto de justicia y justiciero, toda su vida, hasta ahora fallida, a una narración que le da sentido, una cosa rescatada para la verdad.
“Otros ecos / habitan el jardín. ¿Continuaremos? / De prisa, dijo el pájaro, descúbrelos, descúbrelos…”

Aparecido originalmente en Contexto Global.
("Dakovika" es una novela de Bruno Marcos editada por 'Manual de Ultramarinos')
                        

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