::LOS DIFERENTES por David G. Casado::

(Dedicado a Manuel Tejada)
Cuando se vive en una ciudad pequeña uno se esfuerza en manifestar y demostrar una diferencia. Algunos llevan algún rasgo distintivo que los hace identificables: tatuajes, una coleta, un pañuelo en el cuello, unos cascos… elementos simples pero inequívocos de una meditada imagen pública. Pero la diferenciación a menudo no acaba en la construcción de la imagen sino que se extiende a la persona, hacia una personalidad que se desmarque del resto, unos gustos, una forma de hablar, una forma de mirar… Son atributos que apuntan a otros lugares en los que han estado o desearían estar, indicadores de una fuga mental permanente.
Todos esos signos resultan fascinantes para las personas normalespara aquellos que no tienen necesidad de diferenciarse demasiado del restolos que están bien como son, contentos en su entorno, perfectamente representados por él. Quizá porque parezcan estos más felices, y más seguros de sí mismos, los diferentes se encuentran también a gusto a su alrededor, a lo mejor porque es aquí donde su diferencia se hace más patente. Lo cierto es que en este contexto la diferencia requiere cierto coraje, ya que la visibilidad extrema da que hablar a las malas lenguas que construyen el tejido de mediocridad que protege a las comunidades tanto del éxito como del fracaso como modelos de convivencia.
Los atributos de la diferencia otorgan personalidad a quienes los llevan, y por qué no, también un papel determinado en una comunidad. Se convierten en personajes de una fábula con una misión. Y como en toda fábula, su llegada y su partida poseen un significado especial que nos hacen pensar y nos enseñan alguna lección.
Alguien podría pensar que todos estos diferentes podrían, no sé, montar una asociación, un club, un partido político, siquiera ser amigos… Curiosamente esto rara vez sucede. Los diferentes tienen algo de polaridad idéntica, hay atracción polar hacia los mismos nortes pero se repelen en la proximidad. Hay reconocimiento mutuo pero cada uno esta indefectiblemente dedicado a su propia misión, más o menos ambiciosa, más o menos privada. Aun así, las actividades de los hombres no siempre encuentran una finalidad en el momento en que se realizan y también es posible que nunca la encuentren.
Ahora sé que si volviera a vivir en una ciudad pequeña me gustaría ser más amigo de los diferentes. Si no amigo, al menos poder acercarme a ellos, saber sobre la misión vital en la que se encuentran inmersos. Una actividad que muchas veces es la simple puesta en marcha de un conocimiento que puede resultar sorprendentemente vasto y universal. Tal vez los atributos de la diferencia sean entonces un mero señuelo, una suerte de prueba de superficie y sólo quién sepa ver más allá de esa diferencia acceda a todo ese conocimiento con el potencial de cambiar una vida para siempre. O tal vez a través de un filtrado lento, acaso imperceptible, ya hayan cambiado las vidas de todos nosotros sin siquiera notarlo, por eso su ausencia resulta siempre extraña, como una advertencia que no somos todavía capaces de descifrar.

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