::ANTES PELÓN QUE CALVO por Jesús A. Marcos::



O PARA QUÉ QUIERE SER GUARDIOLA AÚN MÁS ATRACTIVO
Fíjense en Guardiola. Es el number one del fútbol mundial o, mejor, el Air Force One, porque es una verdadera máquina de la victoria. No ha habido entrenador como él, inigualable como estratega, como técnico y hasta como comunicador. Y, sin embargo, ni siquiera él puede resistirlo: no es capaz de dejarse crecer el pelo como les crece a los calvos, así, devastados por arriba y con cortinillas a los lados, sobre las orejas y en la nuca. Prefiere rasurarse del todo, a lo pelón. Quizá, quién sabe, influya algo el descrédito estético que, por comparación necesaria, haríamos todos entre su vulgar calvicie y la ominosa (para los alopécicos) cabellera de su rival Mourinho.

Porque, en el fondo, lo que está en juego es eso, la vulgaridad, el ser como todos. El calvo con cortinillas residuales se ha llegado a convertir en el símbolo de la existencia más gris, del currante rutinario y cansino, cuyo único horizonte vital es hacerse mensualmente con un exiguo sueldo que le permita mantener un pisito y una familia también mediocre. Por el contrario, el pelón de cabeza afeitada -al que nunca se le llama así, esto lo hago yo sólo por fastidiarles- evoca la estampa de seres aguerridos, de aventureros dispuestos a jugarse el tipo, de líderes jóvenes y valientes. Y, ahí está, nadie quiere ser gris, sino que gusta ser, o que los demás crean que se es, enérgico e interesante.
Todo el mundo sabe que, a diferencia del número de los tontos, que según rezaba mi antiguo libro de latín “infinitus est”, el de los atractivos es francamente limitado y es comprensible que intentemos todos, por el valor que esa escasez les otorga, parecernos a ellos, especialmente los que nos quedamos calvos y, por ello, somos incluidos automáticamente en la legión de los carentes de todo brillo. Por eso hay que ser benignos con los que se afeitan la calva, pues es el fácil recurso que ofrece la moda del momento para evitar la angustiosa constatación de que uno no sólo es realmente vulgar sino que, además, ha llegado a ser la viva representación de la mediocridad.
Sin embargo, en el caso de Guardiola y de los que, como él, poseen capacidades personales y estatus social más que suficientes, parece un abuso de poder querer tener, encima, el aspecto craneal de un intrépido jinete de la estepa o de un pirata de los mares del sur, según los tópicos de la iconografía fílmica. Que nos dejen a los pobrecitos el recurso a la apariencia, que ellos ya tienen lo que de verdad es importante. Porque ¿para qué quiere ser Guardiola aún más atractivo?

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