::HOUDINI por Melón Arroyo::



El engaño perpetuo del adelantado Harry Houdini no tiene parangón. Este padre prematuro del escapismo convirtió charadas de vodevil en arte, para asombro de sus coetáneos y, por supuesto, para nosotros.
Lo mejor de la esencia de Houdini no fueron sus engaños visuales, sino que consiguió convencernos de que realmente pasaba lo que él quería que viéramos, nos engañó a todos creando otra realidad verdadera pues, desgraciadamente, el ojo lo ve todo, pero la bolsa de materia gris llamada cerebro es la que se niega a percibir lo obvio.
Este príncipe del sortilegio, elevado a rey del ilusionismo, con sus ojos misteriosos ha pasado a la historia por sus anécdotas, escapando a la muerte en teatros de medio mundo para regocijo del público y sin haber firmado ningún pacto con el Maligno. Sus trucos, hoy en día, siguen engañando al ojo y, por supuesto, a la mente.

Pero el mayor truco de mi querido Harry ha pasado desapercibido para el ojo y, en el fondo, fue y será su mejor prestidigitación, la manipulación que hizo con los medios de comunicación para vender una imagen a la incauta opinión pública de entonces.
Houdini fue el primer artista en utilizar los mass media a su antojo, para elevar su figura a superhombre, y lo consiguió. Cuenta Kellar, gran y viejo mago, que fue su mentor en sus inicios en el escenario, que se encontraba con Harry tomando un té en una taberna de una estación de ferrocarril de provincias, y, de repente, entró un niño presa del pánico gritando: “El tren de Dallas ha descarrilado”. Ni corta ni perezosa su santidad se levantó, se despidió cortésmente de Kellar y se marchó a toda prisa. El viejo mago pudo leer al día siguiente un titular en la primera página del periódico local: “El tren de Dallas descarrila, Houdini vence a la muerte y sale ileso”. El muy cabrón se metió entre los amasijos de hierros…
Este truco no lo vieron los que eran como nosotros, gente normal, pero los poderosos tomaron buena nota de él. Los ojos eran engañados por los medios de comunicación. Sólo percibimos por la caja tonta o el papel del váter verdades absolutas, humo que disipa la realidad de nuestras retinas, creando imágenes falsas revestidas de joyas brillantes que nublan nuestra mente y contaminan nuestros ojos.
Recordad que detrás de cada titular, noticia o columna puede estar el espíritu de Harry Houdini para engañar a nuestro ojo y nublar nuestra estúpida mente.
Este fue y será el mayor engaño que vio, ve y verá el ojo de todas las personas, el truco llamado La tijera de Houdini, el mayor engaño sobre la Tierra, la manipulación mediática.

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Para Houdini nada es lo que parece. Esta persona coronada con las mieses del romanticismo isabelino guarda muchos secretos, más escurridizos que sus sorprendentes trucos. Uno de esos misterios corresponde a su fatídica muerte: en la película de George Marshall El gran Houdini (1953), el intrépido escapista muere agónicamente dentro de una jaula de vidrio rebosante de agua; uno de los trucos más escalofriantes que regaló al público. Esta expiración tan poética, digna de cualquier buena novela gótica, sería un buen epílogo para tan enigmático ser, pero quitando las filigranas que nos nublan la vista, su final fue bastante más tétrico y con mucho menos glamour. Harry solía retar en sus espectáculos a que alguien del público subiera a las tablas y le propinara un puñetazo en el abdomen con todas sus fuerzas. Por su puesto que el bueno de Houdini los aguantaba de la forma más estoica y nunca le produjeron ningún daño, pues su forma y su entrenamiento físico se podrían comparar con el de un plusmarquista mundial. Una noche de 1926, después de una de tantas funciones, Harry abrió la puerta de su camerino al oír el requerimiento de unos nudillos en la madera, de improviso y bajo el influjo de la parca, un puño asesino se clavo en su torso. Dos días después feneció con el bazo roto. Lo mató un estudiante al pillarle desprevenido. La muerte siempre tiene un sentido del humor de lo más amargo.

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Otro enigma de este genio fue saber quién le costeó la gira europea y para qué se la sufragaron. Quien puso el vil dinero para esa meta fue el primigenio servicio secreto estadounidense. Sabiendo que sería recibido por las principales autoridades, nobleza y dirigentes de la vetusta Europa, que todos caerían rendidos a los pies de tan singular titán, ¿quién sería mejor confidente para sus intrigas, dimes y diretes que el bueno de Houdini? Desde luego que cumplió con su cometido, quién se podía resistir a sus encantos…

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También tonteó con el cine y la literatura, protagonizó, escribió y hasta dirigió varias películas. Una de ellas, con una trama tan sugerente como The man from beyond. En el Polo Norte es hallado un barco abandonado, y, dentro de él, un hombre congelado desde hace cien años (Houdini). Devuelto a la vida, se integra en la sociedad de los años 20 con insólita facilidad, conociendo a una muchacha que identifica con su amada, que perdió en los hielos; lógicamente, ello es imposible, pero aquí Houdini -argumentista del film- aprovecha para introducir sus inquietudes metafísicas: la muchacha es la reencarnación de la perdida amada, despertando ésta a la conciencia de su condición. Por otro lado, tenemos al clásico malo del cine mudo, quien secuestrará a la muchacha para que el héroe acuda en su rescate; también se nos ofrece una escena que exhibe las facultades escapistas de Houdini, librándose de una camisa de fuerza y saliendo por un estrecho ventanuco, o también mostrará al actor (no a un doble) salvando a la heroína de caer nada menos que por las cataratas del Niágara.
Burton King, el director, se muestra escasamente inspirado, si bien la curiosa trama perpetrada por Houdini, aunando diversas constantes del cine de evasión de la época, sirve de manera excepcional al espectador de hoy para gozar de un glosario de aquellos no ya tópicos, sino elementos indisolubles de una forma de entender el cine que está ya irremediablemente desaparecida.
También escribió un relato de terror, Encerrado con los faraones (que “retocaría” con su proverbial aplicación su amigo crepuscular, Howard Phillips Lovecraft).

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Otro engaño del ojo es la leyenda urbana que le relaciona con el mas allá, la tabla de güija y demás embustes tan a la moda en esa década. Frases que se pueden leer en la red de este pelaje son verdades a medias: “Houdini, convencido de la existencia del mas allá, prometió a su esposa que si alguien era capaz de volver después de la muerte, sería él. Durante los 10 años posteriores a su muerte, su esposa trato de contactar con él a través de médiums”. Este tipo de afirmaciones son falsas, él siempre se dedicó a desenmascarar este tipo de actividades, a reventar los encuentros de médiums descubriendo sus trucos. Fue él quien dijo que daría un millón de dólares de recompensa a quien le mostrara un suceso paranormal que no se tratara de un truco o estratagema, nadie cobro tal dinero. Esta obsesión enfermiza por desenmascarar este tipo de embustes le valió la enemistad de por vida con este tipo de grupúsculos aficionados a lo paranormal. Se rumorea que esos grupúsculos estarían implicados en su extraña muerte, encabezados por Sir Arthur Conan Doyle que siempre dio veracidad con su respetable figura a este tipo de manifestaciones. No olvidemos aquí la polémica relacionada con su supuesta obra El perro de los Baskerville, en la cual se le acusa de robo de la obra y no plagio, e incluso de asesinar a su autor para quedársela.
Según sostiene Garrick-Steele, Conan Doyle contrató a Robinson para que resucitara a Sherlock Holmes, Robinson escribió El perro de los Baskerville, el libro logró un enorme éxito, a Conan Doyle comenzó a inquietarle la idea de que el mundo entero pudiese llegar a saber que el verdadero autor de la novela era otro... Y, compinchado con Gladys, su amante, envenenó a Robinson.
Los especialistas siempre han encontrado sospechosas similitudes entre una novela escrita por Robinson en 1900, Aventura en Dartmoor, y El perro de los Baskerville, firmada por Conan Doyle un año después. Los defensores a ultranza de Sir Arthur admiten incluso que su ídolo se apoyó en su amigo a la hora de escribir el libro, y conceden que Robinson le dio la idea inicial de la trama y le prestó el nombre de su chófer y jardinero, Harry Baskerville, para que diera título a la obra. Pero Garrick-Steele va mucho más allá: asegura que Robinson escribió de principio a fin El perro de los Baskerville y que Conan Doyle estampó su nombre encima.
En la primera edición de la obra se podía leer: "Mi querido Robinson: fue su narración de una leyenda de la parte oeste del país lo que, por primera vez, hizo que la historia de este relato comenzase a surgir en mi cabeza. Por eso, y por toda la ayuda que me ha prestado durante la evolución de la novela, le doy las gracias. A. Conan Doyle". En las posteriores ediciones, sin embargo, la dedicatoria en cuestión fue borrada de un plumazo.
Y aunque la anterior historia debería ser contada en otras páginas, y no en estas algunos investigadores también relacionan al “Sir” con la muerte de Houdini. El tiempo esclarecerá el asunto o lo nublará en el crepúsculo de los Dioses, porque la pregunta es siempre la misma ¿Quién cojones fue Harry Houdini?



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