::DÍAS SIN BERGMAN por Mario Paz González::



Cuando murió Ingmar Bergman, en verano de 2007, se podían leer en los titulares de prensa repetidos esos viejos tópicos, no siempre justos: “director infeliz”, “incómodo”, “torturado”, “cineasta de la soledad y de la muerte”, “recluido en la isla de Faarö”, etc. Nihil novum sub sole, o nada más lejos de la estricta y rigurosa realidad, pienso.
Por desgracia, para muchos cinéfilos de mi generación su nombre apenas dice nada frente a los Spielberg, Lucas, Scorsese, Coppola, etc. Hasta en aquellos días me llamó, creo que decepcionado, un viejo amigo (también cinéfilo para más inri, que alardea de ver sólo películas de directores muertos) diciendo: “Ah, ¿es que aún estaba vivo?”.

Espero, por lo menos, que Clío, musa de la Historia, sepa colocar al maestro sueco en el lugar que, sin duda, le corresponde en el Olimpo de los dioses. De hecho la edición en DVD que se viene haciendo desde hace años nos está acercando algunos de sus primeros filmes menos conocidos, lo que sin duda ayuda a romper esos tópicos tan manidos como los de los titulares de aquellos días en que falleció.
Por mi parte, invito desde aquí a los lectores a que naveguen por Internet en la búsqueda de imágenes suyas. Sin esfuerzo podrán encontrar algunas recientes en las que se ve a un Bergman octogenario, flaco y orejudo, pero afable y sonriente, siempre activo, vital e integrado en la vida cultural de su entorno, fotografiándose con una de sus musas, Harriet Anderson, también madura. Con todo esto, tal vez se pueda formar una imagen menos plana y más poliédrica de su figura. Una imagen que nada tiene que ver con esa otra, casi exclusiva para muchos, de individuo “torturado” o, incluso, misántropo tan repetida.

Testamento traicionado

Personalmente, creo que los espectadores de mi edad, los que aún éramos niños (o ni siquiera había nacido) cuando el director sueco estaba en la cumbre de su carrera, nos hemos acercado a su magna obra carentes de muchos de los prejuicios vigentes en las generaciones anteriores. Porque pienso que el mayor problema que tiene el acercamiento a ella no radica en el propio director, ni en la indiscutible densidad intelectual de los temas que aborda, ni en su tratamiento siempre complejo y original, nunca fácil; el verdadero problema para acercarse a las películas de Bergman para cualquier espectador actual está, con mucha más probabilidad, en los “bergmanólogos”. Se trata, sin duda, de un colectivo que intenta aislar al de Upsala en un grupito de escogidos directores no aptos para todas las entendederas y en el que intentan incluir a Kurosawa, Dreyer, Tarkovski, Truffaut o Godard, o, ya más cercanos, Woody Allen, Lars von Trier o Wong Kar-Wai, por citar sólo algunos. Como si ese tipo de distinciones fuera sencilla y, en alguno de estos casos, posible.
El asunto me recuerda aquello que denunciaba Kundera para el caso de Kafka (léase Los testamentos traicionados), señalando que los “kafkólogos” eran esa tropa que, siguiendo con mayor o menor fidelidad las directrices de Max Brod, tenían impuesto una visión del autor judío como un escritor sumamente espiritual, torturado, sin sentido del humor y totalmente asexuado. Yo añadiría que esa empanada mental se amplía se uno viaja a Praga y escucha a los guías turísticos asegurar sin el más mínimo reparo que, como si de un mero Jan Neruda cualquiera se tratara, Kafka vivía en la pintoresca casita del Callejón del Oro en el Hradčany. Casita que, en realidad, solamente alquiló de manera temporal con su hermana Ottla. Se trataba de un pequeño refugio para escribir en el que paró menos de un año. Porque lo cierto es que la vivienda familiar, a la cual, sin embargo, regresaba a dormir todas las noches, se encontraba en un edificio más bien prosaico, en el centro de la ciudad, hoy en día discretamente escudado tras una, igualmente prosaica, parada de taxis.

Bergmanólogos

Al igual que los “kafkólogos”, los “bergmanólogos” nos han impuesto una visión de Bergman que resulta hoy a todas luces sesgada y parcial. Por eso escandalizan cuando se les dice que uno incluso llegó a bostezar con los desvaríos de Liv Ullmann en la psicoanalítica “Cara a cara” (1976). O que disfrutó o se río mucho con “Sonrisas de una noche de verano” (1955), “El ojo del diablo” (1960), “Esas mujeres” (1964) o con el desenlace de “Secretos de un matrimonio” (1973), pura comedia. Como si, por encima de la indudable profundidad de su obra y de las pesquisas en el fondo de la insondable naturaleza humana que en ella se encuentran, no fuera posible reír, o simplemente entretenerse, con Bergman (o con Kurosawa, o con Truffaut, etc.). El propio director sueco dejó dicho en más de una ocasión que el mandamiento primero de un director de cine es “Al espectador en cada rato divertirás”. Pero los “bergmanólogos”, como los “kafkólogos”, no acostumbran a tener sentido del humor. O raras veces saben apreciarlo, su esnobismo no se lo permite. De nada sirve que luego se les diga que “Persona” (1966) es una de las más grandes obras maestras del cine de todos los tiempos, al igual que “Fresas salvajes” (1957), “Los comulgantes” (1962), “El silencio” (1963), “La hora del lobo” (1967), “La vergüenza” (1968), “Pasión” (1969), “Gritos y susurros” (1972) o “Tras el ensayo” (1984), por citar unas cuantas. O que se reconozca que muchos de estos films exponen las inquietudes surgidas a lo largo de su vida, tan agitada en el campo sentimental, así como sus problemas como artista y realizador, o el grave poso dejado por la figura del padre, un estricto pastor luterano, tal como él mismo recuerda en Linterna mágica, el volumen en el que desgrana sus memorias. Pero con los bergmanólogos, por lo general, ya está todo perdido, ya no hay nada que hacer, porque, en ese interín, ya te excluyeron para siempre jamás del selecto club, quizás por alabar en público “Fanny y Alexander” (1982), denostada por algunos de ellos por terminar con un final feliz navideño y haber llevado cuatro Oscars.

Comedia y drama

Alguien que también sabe alternar en su obra, de una manera mucho más acentuada, drama y comedia, el norteamericano Woody Allen, “bergmanófilo” (que no “bermanólogo”) de pro, retrató muy bien esta suerte de individuos en una escena de “Annie Hall” (1977) en la que él mismo y Diane Keaton hacen cola a la entrada de un cine, precisamente para ver la emblemática “Cara a cara” del director sueco. Tal vez buscaba curarse en salud de los posibles “woodyallenólogos” futuros, que también los hay. Sé que existen “bergmanólogos” que no perdonan el “homenaje” de tono un tanto paródico que el neoyorquino hizo a “Fresas salvajes” en “Desmontando a Harry” (1997). ¿Qué le vamos a hacer?
De todos los comentarios leídos en aquellos días siguientes al luctuoso acontecimiento de su muerte elijo, personalmente, el de Víctor Erice, uno de los pocos que alabó la perfecta armonía que caracterizaba el cine del sueco en su densa y compleja visión de la vida como “comedia y drama” (palabras textuales), sin excluir ninguno de estos dos aspectos complementarios.
En fin, mientras rebusco en mi videoteca particular algo de Bergman, quizás “Un verano con Mónica” (1952) (tal vez no la preferida por los “bergmanólogos” pero estoy seguro que sí por un “bergmanófilo” tan singular como François Truffaut), intentaré llamar a mi amigo cinéfilo para recordarle, por si todavía no se ha enterado, que tanto Woody Allen, como Lars von Trier, como Won Kar Wai aún siguen, a día de hoy, vivos y coleando.

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