::TODAVÍA por Susana Herman::

Nos gusta pensar que las cosas llegan a nuestra vida en el momento adecuado, que hay un tempo marcado, una cronología exacta, pero no, la vida nunca sucede reloj en mano. El secreto de sus ojos, la película de Juan José Campanella, ha llegado a mí un poco tarde, ayer, una tarde lluviosa de otoño demasiado propicia para la nostalgia y para desfigurar recuerdos, para vivir esos “mil pasados” que no fueron.
Justo después, una charla con amigas me dejó con la certeza de que la mayor parte de nuestra vida no caminamos a ciegas, de que en el fondo de nosotros mismos sabemos cuándo dimos el paso en falso, ese que no supimos o no quisimos rectificar a tiempo, un poco como el personaje de Ricardo Darín en la película. ¿Dejar de contemplar ese error y las vidas alternativas que no fueron para vivir el presente que nos toca?, ¿o retomarlo todo allí donde lo dejamos, donde nos perdimos, y caminar de nuevo? La opción más difícil, sin duda, la más descabellada y loca, la más valiente.
El personaje de Ricardo Darín toma partido, pero no diré por cuál de las dos opciones, por si alguien también está llegando tarde a esta película. Sólo decir que, en el cine, sigo teniendo predilección por esas escenas que suceden en una estación de tren, en una carretera o en una habitación de hotel, donde la pareja protagonista divide sus destinos para quizá no volver a encontrarse nunca, y sin saber todavía que rememorarán ese instante hasta la extenuación, en tantas tardes lluviosas de demasiados otoños.

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