::REFUNDAR EL MARXISMO por César Reis::

Aunque el presente texto se escribió hace exactamente tres años (noviembre de 2008) para otro lugar, lo recupero de nuevo porque creo que mantiene cierta vigencia. Las circunstancias en que se gestó han cambiado, no así el fondo. No obstante, las posibles interpretaciones (literales, irónicas…) las dejo a elección del lector, que sabrá contextualizarlo como debe eximiéndome de la posibilidad de refundirlo (o refundarlo) de nuevo.
Vamos a ver, déjenme que me aclare. O sea que, al final, el presidente Rodríguez Zapatero va a acudir a la famosa cumbre del próximo 15 de noviembre en Washington, esa en la que dicen que se va “refundar” (ese palabro) el capitalismo o, dicho eufemísticamente como suele preferir la prensa, “reformar el sistema financiero mundial con resultados concretos en el plazo de cien días”. Y que lo va a hacer como parte de la representación europea junto con Alemania, Francia, Reino Unido e Italia, miembros estos cuatro del G-20, el grupo de los países más ricos y de las economías más emergentes. ¿Qué quieren que les diga? No me parece mal, no seré yo quien lo critique. Sea como fuere, Sarkozy dixit, Zapatero iría en representación de la “octava potencia económica mundial” (España). Eso sí, simplemente desearía hacer una pequeña puntualización, creo que necesaria, pues pienso que en esa reunión hay alguien que no debería de ninguna forma faltar. Y no me refiero a Joe The Plumber (of course), sino a otra figura singular: Reinhard Marx, arzobispo de Múnich y Freising. No, no se asombren ni se escandalicen (o al menos esperen todavía un poco para hacerlo), tampoco me juzguen tan rápido. Sólo dejen que me remita a los hechos. Empezaré, como debe ser, por el comienzo.
Hace casi veinte años, en la madrugada del 9 de noviembre de 1989, comenzó por parte de los ciudadanos de ambos lados de Alemania el derribo del muro de Berlín, aquella “extravagante” construcción que durante casi treinta años representó la brutal atrocidad de dividir una ciudad en dos, cercenando con eso la vida de sus ciudadanos, separando a amigos, familiares, vidas y trabajos y convirtiendo a Berlín Occidental en una especie de isla incrustada en medio de la República Democrática Alemana, una isla de la que apenas se podía salir a no ser por vía aérea. Aquel acontecimiento histórico que fue la caída del muro suele verse hoy como un hecho simbólico que marcó el fin de un sistema económico, político y social, así como el fin de toda una era. Como consecuencia de eso vendría al poco tiempo algo que ya se estaba gestando, el proceso de reestructuración (Perestroika), desmembramiento y desaparición de uno de los grandes bloques de la llamada “guerra fría”, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), un macro estado totalitario que además ejercía un fuerte control sobre muchos de los países de su órbita aunque no estuvieran incluidos directamente en él.
Con la caída del muro, de pronto, un gran número de intelectuales y políticos de todo el mundo sintió que estaba perdiendo muchas de las referencias que habían marcado, hasta aquel momento, buena parte de sus sueños y, si se quiere, de sus utopías. La cosa no pilló a la mayoría de nuevas, puesto que, desde muchas décadas antes, cada vez más sectores venían cuestionando un tipo de organización como aquel, que limitaba enormemente las libertades individuales (llámese dictadura, del signo que sea). La estampida, ideológicamente hablando, no se hizo esperar y tuvo lugar en masa. Nadie parecía querer ya saber nada de esa ideología, de pronto obsoleta, que había nacido a finales del siglo anterior cargada de buenas intenciones y de un idealismo, afortunadamente, ingenuo, pero que ahora se veía que había acabado de una manera inapropiada (véase paréntesis anterior). Es preciso señalar aquí que lo que vendría después para muchos de aquellos países que formaban parte del bloque, como Rusia, no habría de ser, por lo menos en apariencia, mucho mejor que lo que tenían.
Hoy por hoy, unos cuantos años después, se produce otra caída, la del capitalismo férreamente defendido por las ideologías de signo liberal que tanto insistían en que el mundo sería distinto tras el fin de aquellas dulces y falsas utopías. Pero ahora sí sonó una desesperada voz de alarma que clama que hay que intentar “refundarlo” lo antes posible, al capitalismo se entiende. Llegados a este punto, no puedo dejar de preguntarme: ¿por qué entre tanto cráneo privilegiado que se había autoproclamado marxista, comunista o socialista, nadie tuvo la lucidez en aquellos momentos de confusión de proponer la necesidad de una estrategia parecida, es decir, de “refundar” el socialismo, el marxismo o el comunismo? ¿Por qué nadie dijo: “Hey tíos, juntémonos todos en Moscú a ver si reanimamos esto”? Pero no. En lugar de eso las ratas abandonaron rápidamente el barco mirando hacia otro lado como si la cosa no fuera con ellos (hasta le restituyeron el viejo nombre de San Petersburgo a Leningrado).
Hasta que, casi veinte años después, entró en escena monseñor Reinhard Marx.
La casualidad del apellido ya daría pie para una serie de chanzas que, por respeto, nos abstendremos de realizar aquí. De cualquier modo se ve que las declaraciones de las altas jerarquías eclesiásticas dan, últimamente, bastante más juego que las de muchos políticos reputados. El caso es que Reinhard Marx, arzobispo de Múnich y Freising, acaba de publicar un libro titulado El capital (como lo oyen), de igual título y formato al de su tocayo de apellido, el entrañable don Carlos. Un libro, asegura en Der Spiegel (27-X-2008), “concienzudamente trabajado” en el que defiende una economía rediseñada en función de normas éticas, pues, según él, “la doctrina social de la Iglesia es crítica con el capitalismo”, pues este, no es sino un pecado relacionado con la “codicia”. Porque, añade, “Karl Marx no está muerto y hay que tomarlo en serio”, eso sí, sin “dejarse arrastrar por las insensateces y atrocidades cometidas en su nombre en el siglo XX”. O sea, que parece que lo que propone este hombre es algo que a nadie pareció ocurrírsele sugerir en su día (¿o sí?): “refundar” el socialismo al estilo de aquella Primavera de Praga, que no buscaba más que un intento de liberalización política del bloque hegemónico a través de un “socialismo con rostro humano”, tal como proclamaron Alexander Dubček y sus colaboradores cuando éste se convirtió en presidente del Partido Comunista de la antigua Checoslovaquia en enero de 1968, hace ahora 40 años.
Pero en fin, no nos engañemos, el socialismo no se refundó, no por falta de cráneos privilegiados, sino porque se debió de pensar que, al contrario de lo que está sucediendo ahora con el capitalismo (a partir de este 15 de noviembre en Washington), no era, en el fondo, algo tan rentable, por lo menos para algunos, ya me entienden (bussines is bussines). Tampoco seamos ingenuos. Puestos a refundar a lo mejor aún es más fácil conseguir que, antes que el socialismo, se refunde el surrealismo, el dadaísmo, el futurismo, el postismo o, pongamos por caso, el Hartismo. Así que no vaya nadie a creer ahora que esta propuesta de repensar el marxismo vendrá de alguien como monseñor Reinhard Marx, pues, por muy buenas intenciones que tenga, pertenece al club que pertenece, un club que no se caracteriza, precisamente, por su espíritu jacobino (teología de la liberación aparte). Porque, tal y como señaló Klaus Peter Kisker, profesor que imparte un curso sobre socialismo titulado Marx Reloaded en la Universidad Libre de Berlín (FU), “la Iglesia católica, igual que muchos actores sociales, se apuntó a criticar el capitalismo y la globalización, pero no cuestiona las verdaderas causas de la crisis y de las desigualdades sociales”. Hete ahí el quid de la cuestión.

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