::LOS DOMINIOS DE NARCISO por Jesús A. Marcos::

Estamos en otra campaña electoral y los partidos se han lanzado a lo suyo: presumir de sus propios logros, proclamarse a sí mismos como los mejores y más queridos, ensalzar el inestimable valor de sus ideas y de sus cosas y, para remate, ignorar, ocultar o despreciar todo lo que concierne a sus rivales.
Pensad por un momento en esto: si en la vida ordinaria nos cruzamos con alguien que actúa de ese modo, lo consideramos un ególatra pirado y procuramos alejarnos de él. Sin embargo, en la política, ése es el proceder normal.
Bien es cierto que no sólo ocurre en la política. La vida de los grupos goza de ese privilegio narcisista: está mal que yo ensalce mis hazañas o me declare enamorado de mí mismo, pero no que un equipo de fútbol, una región, un periódico, una empresa, una etnia o un país lo hagan descaradamente.

Pero en la actividad política, en la que debiera caber un afán educador, resulta especialmente chocante. Cómo nos van a conducir partidos o asociaciones que mantienen una identidad tan inflada que les aleja de la realidad. Para ser un individuo civilizado se nos requiere un mínimo nivel autocrítico y es como si la vida política no hubiera entrado aún en la civilización y permitiera a sus actores grupales envolverse en una autoidolatría que se perdiera en la noche de los tiempos y del aislamiento tribal.
La misma decepción producen los medios de comunicación, tan cercanos, por lo demás, a la política. No hay encuesta de audiencia que no les beneficie, no hay programa de los suyos que no sea el mejor y el más visto. A nadie le preocupa que, quizá, las audiencias altas se deban a razones espurias o que convenga, para mantener el sano juicio, que la población divida sus preferencias.
Son los dominios de Narciso, allí donde no han llegado las conquistas del individuo civilizado. Los grupos, sean políticos, mediáticos o de otro tipo, actúan como el macho enorme que presume de sí exhibiéndose, golpeándose el pecho y aullando para amedrentar. O como el niñito que aún no ha descubierto la perspectiva del otro. Lamentablemente, desde esa ancestral actitud nos dirigen y dejamos que nos dirijan. Quizá porque necesitamos regresar colectivamente a esa egolatría que nos negamos como individuos y creer ingenuamente que en el poder de los nuestros está la salvación y la felicidad.

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