::CUANDO BERLÍN YA NO SEA BERLÍN por Susana Herman::

Hay un momento en la vida, fugaz casi siempre, en que uno es auténticamente quien quiere ser, es un punto donde se une algo de pasado, mucho presente y una vista puesta en el futuro como un punto en el horizonte, pero al que no se tiene prisa por llegar. Ocurre lo mismo con las ciudades.
Visité París por primera vez hace dieciocho años, era Semana Santa y la ciudad estaba plagada de turistas, pero todavía había lugares a los que huir de las imágenes de postal y en los que se podía respirar un poco de paz “parisienne”. La place des Vosges, por ejemplo, donde vivió Víctor Hugo, en pleno Marais, fue un oasis semidesierto durante aquel viaje. Durante mi última visita, la Semana Santa pasada, la plaza había sido tomada por los turistas, no se distinguía el verde del césped y se ofrecían masajes por 5 €. Me dio la sensación de que París se había convertido en una prolongación de Disneyland.
Acabo de llegar de Berlín, una ciudad que vive su momento de plenitud y que tiene el suficiente atractivo para convertirse en otro París. Mientras tanto, vive su gloria como la joven capital de Europa, pensando en el presente y en un esperanzado futuro. Vienen a mi mente rincones encantadores donde no podía evitar visualizar, de aquí a cinco años, a cientos de turistas haciendo cola para hacerse con una mesa… No daré pistas sobre dónde localizarlos para no adelantar lo inevitable.

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