::EL FIN DE LA CRISIS por Mario Paz González::


En una carta fechada el 6 de diciembre de 2008, John Maxwell Coetzee le comentaba a Paul Auster sus opiniones acerca de la crisis económica que, entonces, todavía estaba comenzando. En ella reconocía sentirse desconcertado ante la cantidad abrumadora de cifras que manejaban los medios para hablar del asunto, pues eso no le ayudaba a entender por qué alguien había decidido que, de pronto, todos teníamos que ser más pobres. Los números, se lamentaba Coetzee, no son más que una abstracción, una convención. Y añadía a continuación: "¿Por qué no, pregunto yo, nos limitamos a tirar a la basura esa serie concreta de números, esos números que nos hacen infelices y que al fin y al cabo no reflejan realidad alguna, y nos inventamos unos números distintos por nosotros mismos, tal vez unos números que muestren que somos más ricos que antes […]?".

Su propuesta, que el propio propio Nobel sudafricano no dudaba en calificar de ingenua, planteaba la misma pregunta que muchos nos hemos hecho a lo largo de estos años ante la maraña de cifras cambiantes con que suelen bombardearnos los medios. Tal vez su perplejidad ante lo desconocido y la nuestra no difiera de la que sintieron los ciudadanos alemanes ante la hiperinflación que se produjo en su país en la década de los años veinte, después de la Gran Guerra. El marco llegó a devaluarse tanto que una simple barra de pan podía alcanzar el desorbitado precio de un millón de marcos y, en pocas horas, el doble. Y la deflación que siguió provocó que cualquiera, con unos pocos dólares, pudiese comprar una manzana entera de edificios, una fábrica o saldar deudas millonarias, como recuerda Stefan Zweig en sus memorias, El mundo de ayer.
Tal vez esa perplejidad pueda ser similar también a la que sintió Marco Polo al descubrir el uso del papel moneda en muchas de las transacciones económicas que se hacían en la China del siglo XII, mientras en Europa se afianzaba el uso de la moneda metálica. Gracias a esa antigua tradición instituida desde la dinastía Yuan, tres siglos atrás, Kublai Khan podía, según dejó escrito Rustichello da Pisa por dictado del veneciano, "comprar todas las riquezas del mundo". Lo que no nos cuenta en su Libro de las maravillas es que la desmesurada impresión de papel moneda supuso a los mongoles tener que vivir algún que otro período de hiperinflación y consecuente crisis económica similar a la de la Alemania de entreguerras.
Pero ni Coetzee, con su licenciatura en Matemáticas, ni los expertos actuales o los de la Alemania de Weimar, o los sabios que asesoraban a Kublai Khan podían prever los inicios y finales de sus crisis o conocer los avatares de la economía, esa ciencia exacta según la cual dos más dos son tres, o cinco, dependiendo de cómo se mire. Por eso me llama la atención un titular leído el 28 de diciembre en el que Mariano Rajoy asegura que la crisis económica finalizará en 2014. Descartando que sea una inocentada, al escucharlo no puedo evitar recordar unas palabras de José Luis Sampedro dichas cuando todavía vivíamos en tiempos de bonanza. Decía el economista y escritor que la situación de entonces era una pura ficción, pues quien mandaba de verdad eran los amos del dinero, no los políticos, los cuales no tenían ningún poder real, simplemente estaban ahí para evitar que la cosa no se descontrolara más de la cuenta.
Sin duda, llegará algún momento en el que se termine la crisis, la económica. Lo peor es pensar en cuándo se acabarán esas otras crisis que han surgido al amparo de ella, justificadas por ella. Me refiero a la crisis social, con la pérdida creciente de derechos de los ciudadanos y el ataque directo en la línea de flotación de una clase media ahora adelgazada. O la crisis política, igualmente perniciosa, con el descrédito de los partidos y las instituciones. Una situación similar fue la que provocó, no lo olvidemos, el auge de los totalitarismos en el período de entreguerras en el primer tercio del siglo XX.

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