::MUERTOS DE HAMBRE por Bruno Marcos::



Cómo sorprende hoy una noticia: "Tres personas de una misma familia muertas por comer alimentos caducados". Y de entre todas las tonterías que oímos tanto en los medios de comunicación como en la calle, dichas tanto por políticos como por el pueblo llano, de entre las chorradas de tertulianos, amigos, familiares o vecinos, de entre las homilías redichas de los columnistas, con el soniquete de fondo insoportable de los catalanes, de pronto, amanece este hecho sin más, limpio, nítido, pequeño, incontestable. Ya están muertos por comer... muertos de hambre... como se oía antes. Mañana saldrán los unos y los otros a ponerse la nota si pueden en su costal, porque la culpa de que se mueran algunos de hambre siempre la tienen otros, como de todo, el clima lo deciden los gobiernos.
Me recuerda este hecho a algunos artículos de aquella sombra llamada Alejandro Sawa que a pesar de su hiperbólica bohemia, o, precisamente, por ella, se conmovía así a principios del XX: «El otro día, en Madrid, capital de nuestra sociedad democrática y cristiana, un obrero fue hallado exánime en mitad del arroyo. El trabajo animal que se imponen los hombres para poder comer, sencillamente, menos pan aún del que necesitan, había accionado como un ácido sobre su carne, convirtiendo en confuso el perfil de sus facciones. Podría tener de veinticinco a sesenta años. Y al llegar a la Casa de Socorro se murió por completo... Los médicos diagnosticaron que de hambre.
De ese desdichado no sé sino la mengua que expresa la escueta nota de los periódicos; pero no se ha necesidad de gran fuerza imaginativa para reconstituir su vida; el proceso de la miseria es tan monocromo que todos sus esclavos tienen la uniformidad y llegaré a decir que la impersonalidad propia de los forzados. Pero ¿por qué no ha de tener ese hambriento trágico derecho a la biografía como otro mártir cualquiera? (...). El sinventura pudo balbucear en la Casa de Socorro, momentos antes de morir, que, a pesar de su desgracia, no estaba solo en el mundo, que era casado.
Había habido, pues, una aurora en su existencia: el día en que conoció a la que desde entonces fue la compañera de su vida. Fusión de dos miserias.»

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