::MEMORIA DE MI MADRE por Bruno Marcos::

A ella, que nos dejó el 26 de Junio de 2012

lunes, julio 17, 2006
Iba ya a irme cuando salimos a la terraza y nos sentamos entre esa selva de plantas que tapa la calle por todos los lados menos por un pequeño hueco. Entonces le dije que había estado escribiendo un diario este año y que, tal vez, saliese en un libro. Ella, mientras se abanicaba, me contestó que esa planta que teníamos delante era un guindo y que este año estaba verde pero el pasado había estado rojo. Yo le contesté que salían algunas de sus cosas y entonces se puso contenta y me preguntó: “¿Has escrito un diario?”. “Sí, -respondí- algo parecido”.
Mi madre siempre ha tenido para mí un aire de dueña de una memoria que permanece frente a todo intento de ser ultrajada, es como si tuviera una posesión, una historia, transmitida al fuego de la chimenea de esa casa que se empeñaban en no arreglar, en dejar caer. Con ridículas excusas hereditarias creo que lo que pretendían era conservarla intacta, albergando en su deterioro la memoria como debe ser, cada vez más estropeada. Lo verdaderamente original era entrar en ella como estaba, como hace 50 años, porque hace 50 años, en los pueblos, se vivía como hace 300, como hace 1000. Recuerdo que una vez, de muy pequeño, frente a la casa, vi a un hombre trillar. Sobre un lecho de espigas doradas, de pie sobre el trillo, el hombre se deslizaba empujado por una mula haciendo círculos, deteniéndose, cada poco, bruscamente para recoger los excrementos del animal antes de que rompiesen, al caer, ese suelo prístino de trigo.
Si toda la familia de mi padre eran –son-, más o menos, gente impulsiva, altiva, alegre e irascible, la de mi madre era –es- un núcleo adensado de memoria, cerrado en su interpretación y repetición de la historia. Ella fue la más cosmopolita de ellos. Por hacer compañía a unos parientes que no tenían hijos se fue a la ciudad algunas temporadas, lo que le costó un cierto sentimiento de orfandad. Me la imagino muchas veces, llorando sola, la primera noche fuera de casa.

-Ten cuidado con lo que escribes -continuó- pueden volver aquellos tiempos.
-No, eso ya no vuelve. Ahora sólo te podrían hacer algo los terroristas.
-Y de esos no hablas, ¿no?
-No.
-O poco, ¿no?
-Sí, poco.
-En una guerra lo peor es al principio. Hay que intentar salvarse de los comienzos. Mira a Vitoriano le salvó la vida nuestra familia. Porque era obrero venían a por él y estaba allí, en nuestra casa, haciendo un suelo. Entonces Tío Zacarías se puso la gorra y la camisa de Falange y, con tu abuela, fue al furgón y dijo que lo sacaran, que ellos respondían por él. Y el del fusil dijo asombrado: “Pues teníamos orden de, entre este pueblo y el siguiente, matarlo”.
-Creo que el paseíllo no lo inventó Franco, que fue un ministro de principios de siglo que sacó la ley de fugas que decía que si uno huía se le podía matar, por eso les decían que corriesen.
-Bueno, uno allí se salvó por eso, porque le dijeron que corriese y se escondió, pero estaba tan angustiado que cuando llegó a una caseta se cortó las gorjas, sobrevivió, pero ya ves, después de salvarse de los fusiles se corta él la garganta.
-Estaría tan aterrado que prefería suicidarse a que le encontrasen...
-A otro le dijeron: “Corre”. Y él pobre hombre preguntó: “¿Hacia dónde?” Y le contestaron: “Corre tonto”. Y, claro, le mataron.

Yo he pensado muchas veces en lo injusto de la memoria, que pasen a la literatura o a la historia, la vida, las ideas de unos pocos, de aquellos que, por poder, suerte o habilidad con las palabras, pudieron estampar lo suyo en el tiempo. Yo mismo, si escribía, me preguntaba por qué tenía más derecho a engañar un poco más al tiempo que mi madre, tan sólo porque ella jamás haya escrito nada.
Espejeaban los rayos sobre el cielo de la tarde de un día que finalizaba y empezaba a contarme mi madre la historia del pastor analfabeto políticamente al que denunció otro pastor y yo escuchaba, aunque la hubiera oído tantas veces, sin contestar ya a nada, como si mi verdadero estado fuera ese, el de escuchar.
Ella sabe que, con la repetición, se graba en el tiempo ese pasado mucho más que con todos los libros que yo pudiera escribir. Sí, me hace caso, supongo que le hace ilusión que escriba un libro, pero vuelve a relatar lo ya escuchado como si yo debiese aprender no a escribir libros sino a repetir esas historias, a contárselas a mi hijo cuando nazca, a repetirlas, suavemente, como el hombre del trillo que se deslizaba sobre el trigo, dando vueltas, con cuidado de que ningún excremento las manche, dándoselas a los de la misma sangre en lugar de a todos, como hacían ellos al calor de la cocina, porque los de la misma sangre son los verdaderos custodios de la historia.

(Del libro Nevermore, 2007.)

5 comentarios:

  1. Un texto impresionante, preciosa evocación y terrible panorama el de las sacas. Permítame que me quede con la manera de contarlo y esa emoción contenida en que transcurre todo.

    Salud
    Manuel

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    1. No hay de qué, Bruno, gracias a tí por este texto maravilloso.

      Salud
      Manuel

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  2. Somos escuchadores de nuestros mayores, las memorias deben de ser preservadas.

    Sutil y emotivo como siempre, Bruno. Recibe mi pésame y un fuerte abrazo.

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    1. Gracias David, siempre atento a lo que digo y a lo que me pasa. Te deseo lo mejor en ese nueva york de sueños desde este, mi año horrible. Mi madre era especial. Aunque la vi en el lecho mortal, en el féretro y en le sepulcro no me hago a la idea de que su finitud sea real, a que esto sea para siempre y a que no la volveré a ver más. Sé que son los límites de la existencia pero también sé que es algo que nadie entiende. Mi padre que no ha leído a ningún existencialista enumera todos sus principios y aunque ha vivido con la religión no se acuerda de ella para consolarse

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