::EL ARBOL DE LA VIDA SE DESPRENDE DE GADAFI por Jesús A. Marcos::

Sólo he visto en dos ocasiones salirse a tanta gente a media película. La primera fue hace décadas, cuando se estrenó Saló o los 120 días de Sodoma, de Pasolini: había espectadores que no resistían las secuencias en las que los jóvenes esclavizados debían comer excrementos humanos en lujosas vajillas de porcelana. La segunda ha sido hace sólo un mes, durante la proyección de El árbol de la vida, película que aparentemente se encuentra en el extremo opuesto de la del director italiano. Lo fácil es pensar que el desafecto hacia la reciente película de Malick se produce por el aburrimiento que al espectador medio producen tantas imágenes cósmicas y tanta música de las esferas. Sin embargo, me aventuraré a proponer otra idea: tan repugnante resulta ahora lo trascendente como en la época de Pasolini lo escatológico. La cruzada emprendida por tantos pensadores contemporáneos contra lo que no sea palpable y constatable ha cuajado por fin en la sensibilidad popular hasta hacer que muchos no soporten cualquier cosa que huela a trascendencia.
Y, sin embargo, qué enorme cobardía la de evitar el misterio y cerrarse en el reducido marco de lo que veo y toco. La vida humana es sólo un pequeño apéndice de la actividad cósmica y Malick pretende resituarnos ante el impacto que produce la conciencia de su desproporción y de la escasez de su sentido. Quizá no haya acertado con la mejor fórmula cinematográfica para lograrlo, pero, en todo caso, ha retomado con valor la senda de lo numinoso.
La película nos trae la voz de Job, el hombre que acepta la pérdida y el dolor. Pero no me parece que se niegue artificialmente la hondura de la herida que producen. El padre que menoscaba al hijo reproduce el horror de la lucha por la supervivencia en un universo sobrecogedor. Tal vez Job tenga razón, pero resulta inadmisible que se nos dé la vida y la consciencia para, inmediatamente, experimentar la humillación y la pérdida y vislumbrar la propia extinción y la de los seres queridos.
Del árbol de la vida penden frutos hermosos, pero los hay terribles, como los que nos presenta la actualidad de estos días. Ahora que los medios nos ponen delante el cadáver de Gadafi y de su hijo no podemos evitar preguntarnos por el sentido de tanto sufrimiento. Él fue despiadado y su megalomanía condujo a miles de personas a la muerte, pero, en torno de sus restos, adivinamos de nuevo erguida la crueldad humana, que ha impedido hasta cerrar los ojos del hijo muerto.

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