::BENEDICTO JOVEN por Bruno Marcos::

Ratzinger, profesor de Teología dogmática en la
Escuela de Altos Estudios Filosóficos-teológicos de Freising, en 1959

Parece que los mejores cerebros ociosos de este verano de calores embargados y hasta los españoles de a pie, bautizados, confirmados y casados por la Iglesia, no hemos tenido más remedio que hacer chascarrillos sobre la visita del Papá y la venida de una multitudinaria juventud para verle desde todo el mundo.
Cerca de mi casa nos pasó por encima una de estas expediciones, unos cristianos que para mí resultaban desconocidos. Los católicos a los que nosotros estábamos acostumbrados eran reservados, tímidos, introspectivos, viejos, penitentes o fúnebres, y estos muy diferentes, más que con alegría cantaban con rabia y a voz en grito que su dios les salvaría. Desarrollaban una energía que nos dejaba a los demás agotados.
Pocos días después, en un tren a Madrid, a la altura de Ávila se subieron varios cientos de ellos, seguramente llegados de ver el brazo incorrupto de Santa Teresa. En mi vagón penetró un grupo estadounidense pastoreado por un veinteañero alto y orondo de túnica larga y blanca con faja negra. De inmediato se  pusieron a rezar el rosario en inglés. El revisor al llegar a mi puesto, me miró por encima de las gafas y, con sonrisa burlona, me ofreció cambiar de asiento y apuntó: "Nunca vi un cristo gordo ni un fraile flaco". El caso es que la ironía del revisor que al punto me hizo reír me resultó luego muy vieja, inefectiva, de un país en crisis de todo. Un joven de Accción Católica se puso a hablar en inglés con uno de los americanos y escuché que le contaba que los españoles nos bautizamos, hacemos la comunión, nos confirmamos y casamos por la iglesia pero que no hacemos nada más, que no practicabamos... En otro asiento, una muchacha de unos veinte años que se había estado cepillando la melena mientras por el teléfono movil describía con apatía a una amiga los enredos amorosos de su pandilla la noche anterior abandonó el vagón indignada por los piadosos.
El olor a sudor de los papistas llegaba a ser insoportable, su energía metafísica aplastante, la indolencia sexual de la adolescente resultaba sucia, la percepción del joven de Accción Católica policial, la ironía del revisor pedestre y gastronómica...de anarquista ferroviario del 36...
Allí,  los que hasta el momento nos considerábamos personas normales nos sentíamos escoria, fuera de esas corrientes de energía dispuestas a mover el mundo e incluso a colisionar. Podía haber aparecido en ese momento el comisario aquel de doctor Zhivago y preguntarnos y ustedes a qué van a Madrid y haber contestado nosotros como el poeta: "A vivir". Sólo a vivir.
Leyendo en el ABC la biografía de Ratzinger en aquel tren descubrí que alguien consideraba que realmente ese hombre lo que había sido era profesor, más de 25 años entre Tubinga, Münster o Baviera. Al salir de la capital vi a lo lejos un grupo no muy numeroso que se avanzaba por el puente de Toledo, monjas con la cabeza cubierta que se agitaban compulsivamente. Al acercarse comprobé que llevaban el torso descubierto y lleno de pelos, eran grotescos muchachos disfrazados que iban a manifestarse contra los beatos. Y pensé por unos instantes en las masas, en que en realidad se han salido siempre de rositas en la Historia culpándose a dirigentes, políticos y tiranos. Cuánto tenía que ver aquel profesor de Tubinga con las riadas fervorosas, incluso con aquellos no tan numerosos de contrarios suyos encarnavalados. Entonces le dije  a mi hermano: "Te imaginas que subiera Ratzinger al púlpito y lo primero que dijera a la masa fuera: "Sé que casi todas las cosas que voy a explicar no las vais a entender".

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