::LOS AÑOS BLANDOS por David G. Casado::

"Ya no puedo pensar lo que quiero. Las imágenes movedizas sustituyen a mis pensamientos”
Georges Duhamel *
Me despierto, casi sobresaltado, con un pensamiento suministrado por el desvelo del sueño como si se me revelase una verdad que parece que hace tiempo hubiera olvidado. Se trata de una sensación abstracta, relativa al tiempo en el que vivimos y que, cual representación daliniana, me hace sentir la experiencia cultural actual como algo blando y sobre todo caracterizada por una profunda carencia de contenido.
Me hace pensar en los años en los que empecé a estudiar y cómo los discursos sobre la crisis del sujeto seguían teniendo absoluta vigencia en las exposiciones artísticas de aquellos años (mediados de los 90). En cómo lo filosófico y lo político en relación con el sujeto post-moderno definían el sentido de lo cultural otorgándole una relevancia específica (que, por otro lado, nunca fue suficiente, ni mucho menos) y unos, podríamos decir, “requisitos mínimos” a la hora de plantear una manifestación artística.

Hoy en día, el problema filosófico del sujeto parece haberse resuelto, pues nadie ya cuestiona su estatus. Pero no por haber muerto, como proclamara la postmodernidad. El sujeto es hoy un ente diseminado en individualidades diferenciales. Vive, pero lo hace aislado, pues los que se ha destruido no es la idea de sujeto sino los vínculos filosóficos, políticos y materiales –en sentido marxista- que propiciaban la identificación con otros sujetos y por tanto la producción de soluciones simbólicas, de obras de arte con alto contenido revolucionario.
El sujeto contemporáneo es un sujeto múltiple y diferencial pero no siguiendo el modelo deleuze-guattariano del rizoma sino enraizado, como retorno edípico, al padre capital y a su lógica de afinidad temporal rentable. La filosofía, la política, el discurso, han cedido ante lo tecnológico y su producción narcotizante de imágenes. Es por esto que cada vez hay menos filósofos interpretando los movimientos sociales contemporáneos, que éstos han cedido tribuna analítica a psicólogos, científicos e incluso diseñadores de moda.
Es ciertamente increíble observar como la calidad de la imagen ha sustituido al contenido cobrando una autonomía inaudita en la definición del valor de los productos artísticos. Todo es imagen con breve fecha de caducidad. Comparemos por ejemplo cualquier película de Fassbinder con A single man de Tom Ford -que he visto recientemente-, por citar dos películas que problematizan la sensibilidad homosexual diferencial. El preciosismo de la segunda cobra relevancia como obra de arte pero al poco tiempo se convierte en pastiche inoperativo. La obra de Fassbinder por otro lado deja a un lado lo estético como resultado de una puesta en obra de lo político. Resulta paradójico que sea esta estética la que prevalezca y se reutilice en obras de arte y música actuales y que sea lo político lo que se deseche ahora como pastiche inoperativo.
Esta penosa lógica de adscripción estética reina en casi todos los ámbitos de la producción artística actual. Desde la programación de los museos a la elección de figuras emergentes al diseño de los contenidos editoriales todo esta mediatizado por una lógica de pertinencia estética dictaminada por unos principios tan sumamente evidentes que resultan indignantes. Entre ellos:

-La fe ciega a los dispositivos neotecnológicos

-La información (cuanta más mejor) de todo lo que aparece o puede aparecer en el mercado.

-La juventud (id est – potencialidad para ser manipulado)

Que nadie hable aquí, ni que se le ocurra, del problema del sujeto (a riesgo de ser tachado de majara).
No se, quizá hay algo de nostalgia en este sueño vespertino que intento relatar, pero también hay reclama profunda, no soy el único que lo hace, de obras que vuelvan a instaurar, a recuperar, si se quiere, unos principios que en cierto momento parecieron quedar asentados como claves en el fenómeno artístico y éstos pasan por la crítica de cualquier posición blanda ante la experiencia. El tiempo, el sujeto, la muerte, lo político (más importantemente quizás que nunca) siguen siendo temas irresolutos, tal vez irresolubles, pero que desde mi punto de vista son los únicos a través de los cuales el arte puede recuperar valor alguno como herramienta de conocimiento profundo.

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