::LA BITÁCORA DE JULIO CORTÁZAR por Mario Paz González::

Un blog, o una bitácora, es –hoy día nadie lo ignora– una web que recopila textos de uno o varios autores que, además, pueden ser comentados por quien los lea. En el momento de su nacimiento, a mediados de los noventa, muchos intuyeron las posibilidades literarias que el invento podía ofrecer. Si antes existían páginas web en las que se recopilaban poemas, relatos, artículos… de los más variados autores –conocidos o no–, los blogs permitían la opción de publicarlos en tiempo real, con una inmediatez que apenas ningún otro medio ofrecía, al menos para el autor anónimo, siendo asequibles técnicamente a cualquier usuario sin conocimientos previos de lenguaje html. Pero, aunque hubo ejemplos muy loables, la realidad no suele alcanzar las expectativas generadas y no todo lo surgido de aquella vorágine inicial es hoy digno de ser recordado.
En lo que a contenido se refiere, la historia literaria está llena de ejemplos de lo mismo que ofrecen muchos blogs. Lo vemos en el sentido común de las Epístolas de Séneca, en el entrañable diletantismo de las Meditaciones de Marco Aurelio, en la vitalidad de los Ensayos de Montaigne, en la mirada crítica de los artículos de Larra, en el desgarro intelectual de la Minima moralia de Theodor W. Adorno o en la humanidad desbordante de los Retrincos de Castelao. Todos ellos, y muchos más, podrían ser considerados, en mayor o menor medida, blogueros de otro tiempo y las obras mencionadas podrían adaptarse al formato de una bitácora sin mayor problema. Hay, sin embargo, una que, por encima de todas, se llevaría la palma. Me refiero a una obra tan singular y única como La vuelta al día en ochenta mundos (1967), de Julio Cortázar.
Para quien a estas alturas todavía no lo conozca, este libro maravilloso, presentado en dos tomos, es una miscelánea tejida con el espíritu lúdico y la libertad aprendidos del jazz y las vanguardias artísticas de comienzos del XX. En él se entremezclan textos que van desde la reflexión personal sobre el arte, la literatura y la vida al apunte crítico apasionado, pasando por otros géneros más “convencionales” como pueden ser el relato breve o el poema. También hay artículos sobre música, como los dedicados a Clifford Brown, Carlos Gardel, Louis Armstrong o Thelonious Monk; y otros –muchas veces los mejores y, en cualquier caso, impagables– de naturaleza inclasificable o, en ocasiones, absurda. Entre ellos cabe destacar “De otra máquina célibe”, en el que describe la Rayuel-o-matic, máquina diseñada por Juan Esteban Fassio para leer la novela Rayuela. Todo el libro está además salpimentado, como ocurre a menudo con los blogs, con abundantes citas literarias, fotos, dibujos, grabados –de Doré y de otros– e ilustraciones de los más variados orígenes. Probablemente estemos ante un homenaje a aquel Opium de Jean Cocteau –otro blog antes de los blogs– que tanto había impresionado a Cortázar y, según él mismo confesó, a la falta de uniformidad de El almanaque del mensajero, publicación miscelánea para el medio rural de la Argentina de su infancia, lleno de recetas de cocina, chistes, poemas, horóscopos, etc.
La creatividad no está en el uso de un formato artístico u otro, sino en la capacidad individual para extraer de ellos todo el rendimiento posible abriendo puertas a nuevas posibilidades. Cervantes no inventó la novela, pero sí se valió de un molde preexistente un tanto obsoleto para darle otra vuelta de tuerca al género. El blog, literariamente hablando, no ha creado géneros nuevos, sino que, aportándoles inmediatez y en un formato diferente –que permite mezclar con naturalidad imagen y palabra–, más bien ha servido, y sirve, para difundir géneros anteriores: el relato breve, la poesía, el artículo literario de opinión, el diario literario, la novela por entregas… Vuelto a leer el libro de Cortázar, uno se pregunta si algunas corrientes modernas, más o menos “mutantes”, surgidas al amparo de la web, aportarán, una vez superadas las urgencias de la moda, algo nuevo a la literatura que no existiera ya. La respuesta no es fácil. Así pues, sirva como cierre una cita de Macedonio Fernández tomada, cómo no, de Cortázar: “Huyo de asistir al final de mis escritos, por lo que antes de ello los termino”.

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