::HAITÍ INVISIBLE por Mario Paz González::

En estos días la desgracia ha sacado a Haití de la invisibilidad en la que se hallaba para elevar el país antillano al primer plano de la actualidad. Como casi todo el mundo, seguí a través de los medios la noticia, los avances en el rescate de posibles supervivientes, los retrasos en la ansiada llegada de la ayuda internacional… Estremece sin duda leer las historias del horror, como la de Antoine que, tras caminar más de una hora llevando en brazos a su pequeño muerto, ruega con aturdidora desesperanza que le dejen entrar al cementerio para enterrarlo con sus propias manos y de esa manera evitar que el cadáver se pudra a la intemperie o tenga que echarlo a una de las muchas fosas comunes improvisadas.
Estremece también, y admira, el coraje de Louise que, a pesar de soportar ese dolor sin tregua que supone la pérdida de los suyos, va en busca del cadáver de su marido entre los escombros del Palacio de Justicia de Puerto Príncipe para enterrarlo, pero también porque, según relata a la prensa, llevaba los visados que permitirían a sus hijos marchar a Francia y así huir a salvo del horror y de la tragedia. Al leer estas y algunas otras historias –como la de aquellos que sobrevivieron cobijados quince días bajo los escombros, o la del pequeño Redjeson Hausteen, rescatado por unos bomberos vallisoletanos– pienso en la explicación que Carpentier dio a Ramón Chao sobre el título de su novela El reino de este mundo (1949), en la que relata el proceso de la deseada independencia de Haití a comienzos del siglo XIX: “dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el reino de este mundo”.

La excelente novela del cubano, que no tardó en convertirse en paradigma del llamado “realismo mágico” hispanoamericano al entrelazar realidad y maravilla en un complejo entramado, profundizaba en la búsqueda de una conciencia americana propia, alejada del colonialismo secular. Ese colonialismo que en Haití quebró con la revolución de esclavos liderada por Toussaint Louverture que, en 1804, consiguió la independencia de Francia después de violentos combates con las tropas napoleónicas. A pesar de eso, se vieron en el deber de pagar una siniestra “indemnización” a Francia por el menoscabo que suponía para el enriquecimiento del país galo la pérdida de esa colonia. Sin duda fue esta deuda, así como la acción de los sucesivos gobiernos locales, incompetentes y corruptos, o las discutibles intervenciones internacionales de países como los Estados Unidos, lo que hizo de Haití, según el último informe de la ONU, el país más pobre de América Latina, aherrojado por el altísimo analfabetismo en contraste con una esperanza de vida de lo más baja en pleno siglo veinte y con un 80 % de la población viviendo en el umbral de la pobreza en míseras chabolas en las que ni siquiera tienen agua corriente. Basta echar un vistazo al Google Earth para comprobar esto y ver, de paso, el imparable avance de la deforestación en comparación con su vecino, la República Dominicana.

Pero más allá de estos y otros muchos datos, todos ellos igualmente estremecedores, la única verdad inmediata que podemos vislumbrar es que esta terrible tragedia, que desbarató las vidas de tantos, sacó momentáneamente a Haití de la desabrida invisibilidad en la que se hallaba sumido para vergüenza de los llamados países civilizados. No debería ser posible, pues, a partir de ahora seguir viviendo en esa apatía, en esa ignorancia, aturdidos por el envilecimiento moral del silencio, permitiendo que el ultraje que supone la presencia cotidiana del infierno y la pobreza fruto del egoísmo de unos pocos siga avanzando con impunidad convirtiéndose en una monstruosa normalidad para un occidente que prefiere mirar hacia otro lado.

En los periódicos de los últimos días la presencia de la tragedia haitiana se ha ido adelgazando cada vez más. El país, su vergonzosa miseria, no tardará mucho en volver a esa acechante invisibilidad en la que se hallaba. Antes de que esto suceda sería preciso realizar una reflexión global, sería necesario exponer verdaderos cambios en el orden mundial sí queremos hacer un lugar más habitable del reino de este mundo.

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