Andan los directores de los museos del Prado y del Reina Sofía de continuo con las discusiones bizantinas de si el Guernica para uno o para otro y uno de los argumentos que más llama la atención es el del traslado, ya que, al parecer, la magna obra de Picasso podría sufrir, desde Atocha al Paseo del Prado, daños irreparables.
Y uno piensa en que todavía llegó a verlo en la cámara acorazada del Casón del Buen Retiro, como incrustado en un pulmón de grueso vidrio que respiraba trabajosamente, como un convaleciente grave o un hombre burbuja. Efectivamente parecía que lo muy politizado de su vida y lo muy ajetreado de sus mudanzas le hubiesen acarreado al lienzo viajero años de postración con ventilación asistida en un palacio recoleto muy cerca de sus ancestros cuidadores, paternales: goyas, murillos, zurbaranes y Velázquez.
Era más impresionante aquella protección frente a seguras agresiones que el cuadro, poco colorido y demasiado grande para una España de transiciones discotequeras que no tenía más que ganas de fiesta. También lo hemos visto al cuadro, en blanco y negro, volar por encima de los automóviles y de las gentes a comienzos de los ochenta cuando lo trajeron de América. Ahora, parece que no puede ya viajar, no vaya a ser que los vascos lo reclamen porque lo de Guernica tuvo lugar en Guernica.
Y el caso es que hace poco han ido a dar un homenaje a Timoteo que capitaneó la evacuación in extremis del museo del Prado cuando la República pensó que los patriotas del otro lado habrían de ser tan cafres de bombardear la inmaculadas de Murillo o el Cristo de Velázquez.
Hace un año o así que vi un reportaje del mítico traslado al extranjero y, efectivamente, quedé consternado del pavor de los traslados, pensé en su momento que, si no fuera porque pasó de verdad podíase tratar de una novela o película peliculera española. Resulta que Sert y d´Ors -que se odiaban- fueron los agentes de Franco para recuperar la obras. Me dio la sensación entonces de que las obras corrieron más peligro en el traslado que con los bombardeos..., en esos camiones y esos trenes, medio a la intemperie, daba más la impresión de que lo republicanos no sabían muy bien si salvaban o robaban aquel tesoro.
Y eso que no se lo quedasen los franceses, los suizos o los rusos...
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