::EL TIEMPO Y LA MEMORIA por César Reis::

Leer el BOE como un libro de horas, como un dietario, como un cuaderno de bitácora. En él, bajo ese vislumbre de estilo, gris y funcionarial, que tanto lo singulariza, se registra con metódica lasitud buena parte de nuestra aburrida cotidianidad, de los trabajos y los días, lo sórdido y lo sublime. A veces por omisión. La intrahistoria de la Historia se desgrana multiplicándose ad infinitum en un sinfín de órdenes, decretos, proyectos de ley… de aburrida lectura y morosa ejecución.
Postulo este argumento porque hace unas semanas un asunto de lejana memoria, cuya pista me atreví a seguir hace años –e incluso a publicar un rudimental bosquejo–, saltó de nuevo a la luz.
No sé si alguno de ustedes lo ha leído o escuchado en los medios. Ignacio Buqueras, presidente de la Comisión Nacional para Racionalizar los Horarios Españoles, hizo una propuesta formal al gobierno solicitando que España retrase una hora los relojes para así poder volver a la llamada hora UTC+0 (Universal Time Coordinated), la del meridiano de Greenwich. También la de las islas Feroe, las Canarias, el Noreste de Groenlandia, Irlanda, Islandia, Portugal y el Reino Unido. La razón es clara y su explicación baladí. La expongo de todos modos para solaz de lectores ávidos y desasosiego de impacientes.
Europa se halla dividida en tres franjas horarias: Europa Occidental, o UTC+0, para el territorio ya citado; Europa Central o UTC+1, es decir, Albania, Alemania, Bélgica, Dinamarca, Francia, Hungría, Italia, Polonia, República Checa, Suiza…; y Europa Oriental, o UTC+2, Bielorrusia, Bulgaria, Chipre, Estonia, Finlandia, Grecia, Lituania, Rumanía, Rusia, Ucrania... Asombrosamente, España es el país en el que más tarde anochece de Europa, pero también en el que más tarde amanece. Los habitantes de esta parte de la piel de toro se levantan a la misma hora que el resto de países –aunque aquí sea todavía de noche–, pero se acuestan más tarde, porque en estas tierras de infinita e iluminada irrisión la vieja melancolía del crepúsculo suele demorarse –o tempora, o mores!– más que en ningún otro lugar del viejo continente.
De ello se infiere algo evidente: pasamos más tiempo en los lugares de trabajo, pero no producimos más. Si embargo, somos lo que los expertos denominan “una excepción horaria”. ¿La causa? Su explicación debería formar parte (si no lo ha hecho ya), del conjunto de reivindicaciones confluyentes en la denominada “memoria histórica”. Sin animo de hastiar más al lector, la intervención de Buqueras me estimula a exponerla. Según parece, antes de la guerra civil, aquí regía la hora de Greenwich. Tras la contienda, y con la victoria nacionalista, el nuevo gobierno decidió tomar partido en lo que se avecinaba adoptando definitivamente, a partir del 16 de marzo de 1940, la hora de Berlín con el fin de que “el horario nacional marche de acuerdo con los de otros países europeos” –imaginar cuáles no es difícil–, tal como reza la Orden de 7 de marzo de 1940 –ampliar imagen adjunta–.
Existen pueblos que, como el hindú, carecen de sentido histórico. No el nuestro. No pretendo saber qué es el tiempo o la memoria, pero intuyo que el primero no es más que una convención social. La memoria tal vez no. El mecanismo que rige esto no es nuevo y se traduce a múltiples órdenes de la vida. El pasado, nos guste o no, acostumbra a perseguirnos. En ocasiones se vuelve contra nosotros. En otras podemos ponerlo a prueba, incluso a nuestro favor. No es una decisión sencilla. Tampoco banal. Pero nada, o casi nada, en la vida lo es. No pretendo dogmatizar, ensayar una conclusión, persuadir al paciente lector. La complejidad que supone hacerlo rebasaría con creces los límites de esta humilde nota. Simplemente mi deseo es exponer. Eso sí, comprenderán que les paso la pelota. Las conclusiones pueden extraerlas perfectamente ustedes. Si así lo desean.

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