::CÓMO ACABAR CON FACEBOOK DE UNA VEZ POR TODAS por César Reis::

Ya está. Tenía que decirlo, pero por favor que nadie se moleste ni se sienta ofendido por ello. No me mueve una especial manía a las llamadas redes sociales. O al menos eso es lo que pienso. Lo que ocurre es que tengo un grave problema de sincronización con las modas. Déjenme que me aclare. Pero lo mejor será que comience por el principio.
La cosa se inició hace unos meses. Hasta entonces me sucedía lo mismo que le ocurre a casi todo el mundo, ya saben, abría el correo electrónico y me encontraba sepultado bajo aluviones de mensajes de mis amigos: reenvíos de powerpoints con chistes o manifiestos llenos de buenas
vibraciones, adornados con música chill out, aunque elaborados con dudoso gusto estético; enlaces a noticias o vídeos cuya actualidad exigía una urgencia tal que, si no se abrían en el acto, ya no hacían la menor gracia a nadie; una selección de los viejos y entrañables chistes de toda la vida (sobre todo los más bestias y los más vulgares); estúpidas cadenas que exigían su continuación inmediata si uno no deseaba ser víctima de algún tipo de maldición de dimensiones, cuando menos, bíblicas (una versión mucho más cutre ya se conocía otrora para el correo común y los mismos que entonces nunca le habían dado credibilidad eran los que más empeñaban ahora en reenviarlas) y…, en fin, de vez en cuando, si la cosa se terciaba, alguna que otra carta de viejos amigos en la que narraban muchas de sus vicisitudes consuetudinarias.

Ante este alud yo solía hacer lo mismo que todo el mundo (sí, sí, no me señalen con el dedo ni miren para otro lado): borraba directamente sin abrirlos la inmensa mayoría de estos mensajes, reenviaba alguno escogiéndolo al buen tuntún y contestaba los demás con frases lo suficientemente neutras (“¡¡¡bueníííííísimos, tío!!!”, “¡¡¡la bomba, colega, la bomba!!!”, “ja, ja, ¡¡¡blanco y en botella!!!), pero que sirvieran para mostrar que, no sólo los había leído, sino que babeaba por ellos y que los consideraba el summum de la originalidad y del humor más vanguardista. El caso es que, como decía dos párrafos más arriba, llegó un día en el que, sin aviso previo, dejé de recibir estos mails. De hecho he de confesar que, en realidad a esas alturas, ya miraba el correo con tan poca asiduidad que no podría jurar ahora que la cosa sucediera de golpe o que se hubiera producido de una manera gradual. En un principio pensé que se trataría de algún error de mi proveedor de Internet, pero, después de comprobar que ni la conexión, ni el programa de correo fallaban, comencé a inquietarme. Desesperado cogí alguno de los mensajes con chorradas que aún, afortunadamente, no había borrado y lo reenvié, primero de una manera totalmente aleatoria, luego a toda mi lista de direcciones. La respuesta fue cero, el vacío. Nada. Ni ese mismo día (lo que venía siendo lo más habitual), ni varias semanas después obtuve respuesta.
La cosa es que por aquel entonces andaba yo dándole vueltas a la idea de hacerme un blog, por eso de estar en la onda y repartir por el mundo gratuitamente mis importantes e ingeniosas opiniones sobre los temas más diversos de la abundante actualidad política, económica o agropecuaria. De modo que un día, hablando con un amigo, se lo comenté. Su respuesta me dejó bastante perplejo, “¿para qué?”, me dijo. “¿Que sé yo?”, respondí no sin cierto rubor, “para compartir con los amigos mis inquietudes, o así”. “Los blogs”, aseveró él con firmeza, “son ya un género difunto y lo mismo ocurre”, continuó sin compasión, “con el correo electrónico. Lo que tienes que hacer, tío, es venirte para el Facebook, que es donde ahora andamos todos”. A juzgar por su cara de estupefacción, primero, y por la carcajada brutal que me plantó en las narices, después, he de suponer que mi respuesta lo sorprendió más de lo que él mismo esperaba: “Face… eeeeeeeehhhhhhhh??.
Reconozco que soy lento. Siempre lo fui. A menudo llego tarde a todas partes y, lo que es aún peor, a todas las modas. Cuando todos iban a las discotecas con los pelos de colores y de punta y los vaqueros rotos, yo todavía llevaba mis pantalones de campana, la camisa con volantes, un hermoso tupé y aquel movimiento de caderas a lo Tony Manero. Tardé varios años en comprender las carcajadas de aquellos pipiolos.
En fin, mi amigo se apiadó de mí y me permitió entrar con sus contraseñas durante un tiempo en su cuenta de Facebook, así que, de vez en cuando, lo hago. Lo hago, pero no intervengo, me siento como un voyeur o, mejor, como un flâneur o, mejor aún, como un demiurgo que observa maravillado cómo se comportan sus criaturas cuando no son conscientes de su presencia. El invento no está mal, he de reconocerlo, aúna muchas de las cualidades del correo electrónico, de los blogs, de los álbumes de fotos on-line… Miro para los vídeos que ponen unos y otros, leo sus breves aunque sesudos monólogos de una o dos líneas, espío sus fotos, sus listas de amigos y sí, efectivamente, compruebo que allí también están todos los míos, incluso aquellos que ya no se hablaban entre sí se han incorporado ahora a las listas los unos de los otros. Al ver todo esto, todo ese mundo paralelo, toda esta efervescencia, pienso que, efectivamente, Facebook corrobora aquella vieja teoría de que, entre dos personas cualesquiera del mundo, median, como máximo, seis grados de separación. Sin embargo, a pesar de que mi amigo me autorizó a hacerlo en su nombre, me cuido mucho, como ya dije, de intervenir. Pienso que, si lo hiciera, a lo mejor podría cambiar el rumbo natural de las cosas, el destino de toda la humanidad, a lo mejor podría desencadenar un efecto mariposa tal que se produjera una reacción en cadena de proporciones, cuando menos, bíblicas que nos arrastrara a todos quién sabe dónde. ¿Dónde? Mmmh…, pienso que, tal vez, la respuesta a mi pregunta pueda estar implícita en ella misma. Miro y no me decido, porque sé que, cuando lo haga, cuando intervenga, ya no habrá nadie para contestar. Mis amigos, todos, se habrán mudado ya al siguiente invento de la Red al que yo llegaré, como siempre, tarde.

1 comentario:

  1. (“¡¡¡bueníííííísimos, tío!!!”, “¡¡¡la bomba, colega, la bomba!!!”, “ja, ja, ¡¡¡blanco y en botella!!!)

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