::SISIRC por Mario Paz González::


En La flecha del tiempo (1991) Martin Amis cuenta la historia de un hombre que va adoptando a lo largo de su vida diferentes personalidades: Tod T. Friendly, John Young, Hamilton de Souza o Odilo Unverdorben. Pero lo realmente singular de esta novela es que el autor relata el periplo de ese personaje al revés, es decir, comenzando por el final, por el momento de su muerte, y terminando en su inicio, en el instante en que se desvanece en el vientre de su madre. A todo ello asiste perpleja -del mismo modo que los lectores- una voz narradora, como si fuese la confusa conciencia del protagonista. O, mejor aún, como si fuese su alma -así llega a insinuarse en algún momento de la narración. Ese mundo que funciona al revés, que va de delante hacia atrás, donde los diálogos comienzan también por el final, por la despedida, y las personas van recuperando, poco a poco, la vitalidad y la inocencia de la juventud, es un mundo en el que casi todos los objetos surgen de la basura, pero van mejorando a medida que transcurren los años hasta que uno puede deshacerse de ellos obteniendo un dinero a cambio. Es un mundo en el que son los proxenetas los que pagan a las prostitutas y éstas a sus clientes. Es un mundo donde los médicos, aunque a veces traigan a las personas a la vida, por lo general se encargan de enfermarlas y no de curarlas.
Al convertir las consecuencias en causas, y viceversa, Martin Amis consigue que todo, absolutamente todo, llegue a tal nivel de absurdo que, en un momento dado de la novela, los doctores nazis resultan ser unos buenos samaritanos que, no sólo devuelven la vida a los judíos en enormes cámaras donde les extraen el mortífero gas Zyklon B, sino que también les colocan implantes dentales de oro macizo y los envían en largos trenes a diferentes puntos de Europa para que se instalen, vayan ganando progresivamente derechos y lleven una vida cada vez mejor y más digna.

No he podido evitar recordar esta obra del genial autor británico ahora, al leer estos días en la prensa algunas de las medidas que el Gobierno va a adoptar tomando como escusa la crisis. Se habla de nuevos recortes en sanidad y educación, subidas del IVA, aumento de la edad de jubilación, bajada de las prestaciones a los desempleados, supresión de pagas extra, especulación sobre el futuro de las pensiones… Por un momento tuve una sensación extraña. Sentí como si, del mismo modo que en la novela de Martin Amis, estuviéramos yendo hacia atrás en el tiempo, como si al final de todo esto nos aguardasen otros períodos de la Historia a los que sería mejor no regresar.

Si de ir hacia atrás se trata, creo que deberíamos hacer, precisamente, lo mismo que propone la novela citada y convertir la CRISIS en una SISIRC, es decir, en una crisis al revés, intercambiando las causas y las consecuencias. Crearíamos así un mundo en el que las grandes entidades financieras entregarían cientos de miles de millones a los gobiernos y a la Unión Europea para que garantizasen la estabilidad política y económica de todo el continente. Sería un mundo en el que los ciudadanos ganaríamos, poco a poco, nuevas conquistas sociales. Un mundo en el que los bancos y los funcionarios judiciales, escoltados por la policía, entregarían viviendas a familias desahuciadas y con todos, o buena parte, de sus miembros en paro. Un mundo en el que esas mismas familias recibirían de esos mismos bancos, una cuota mensual lo suficientemente alta para que, llegado el momento, pudiesen devolver el dinero quedándose ellos, las familias, con los intereses. En ese mundo las constructoras desmontarían urbanizaciones enteras que permanecen deshabitadas y cuya desaparición nos permitiría alcanzar un crecimiento más lento o, en cualquier caso, más acorde con la Naturaleza. Ahora bien, detendría esta marcha hacia atrás, congelando la flecha del tiempo, exactamente en enero de 2001, cuando entró en vigor la moneda única y Europa era para todos un feliz y próspero sueño que por fin se había hecho realidad.

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