::EDUCACIÓN Y POSTMODERNIDAD por Bruno Marcos::

No es extraño que en esta primavera del descontento el viejo anarquista Agustín García Calvo conminara a los acampados en la Puerta del Sol a tomar los centros educativos y las universidades porque en ellos, según él, es donde se forma a los actores de ese sistema que ahora encuentran fallido.
La educación ha sido en este país y desde la transición el saco de todos los puñetazos. Acabamos de ver que ha sido un tema desterrado de la última campaña electoral porque cualquier político al que se le ocurriera mentarlo saldría malparado.
Hemos tenido el diseño de una educación pública pensada para un país rico y no se ha hecho otra cosa que retirar recursos, laberintizar la optatividad y ablandar los criterios de evaluación a fin de servir unas estadísticas maquilladas a la opinión pública. Por si fuera poco se ha permitido trasladar a ese ámbito querellas morales, éticas, religiosas y nacionalistas. El resultado es desolador, un sistema educativo que hace el ridículo en las evaluaciones internacionales y que produce ingentes cantidades de desmotivación entre alumnado, padres y profesorado, un sistema inefectivo y caprichosamente cambiante, pobre de recursos humanos y técnicos, con edificios cochambrosos e incluso peligrosos, mientras algunos miembros de la clase política cobran tanto como el presupuesto anual de una colegio en calefacción.

Una sociedad que permite que sus niños y su juventud se formen en semejante ecosistema está verdaderamente podrida o enamorada de la putrefacción, y más si se tiene en cuenta que esto no sólo se produce ahora, en tiempos de crisis, si no que se ha reproducido durante los dorados años pasados en los que por cualquier cosa se tiraba la casa por la ventana.
La privatización de todas las cosas públicas parece el horizonte más probable de esta postmodernidad en la que los ciudadanos dejan su sitio a los consumidores y en la que el conocimiento está en segundo o tercer plano y al servicio de la rentabilidad económica, en una democracia en la que –ha quedado patente– nos gobiernan los mercados.
La inversión se sigue haciendo en una informatización tardía y desfasada cuando la alfabetización informática ya tiene lugar en las familias. Más ordenadores, a estas alturas, y se llenan las clases de alumnos donde ya el clima era inhabitable. El poco dinero que quede después de pagar a los concertados que se invierta en lo más seguro, en que no haya tantos alumnos por clase y que así el profesor pueda con cada alumno rehumanizar lo que todos los demás deshumanizan.

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