::MONARQUÍA Y REPÚBLICA por Juan Carlos Aguirre::

En la novela ‘Fahrenheit 451’ de Ray Bradbury, se quemaban libros porque estos objetos contenían conocimientos que hacían pensar a quienes los leían. Y eso perjudicaba al sistema o nuevo orden.
En la década de los años treinta del siglo veinte, en tiempos de la República en España, se quemaban iglesias. De esta forma se quería erradicar la religión, siguiendo la consigna marxista de “la religión es el opio del pueblo”. Una República católica era inconcebible para sus fines de modernizar el país. La Constitución Republicana española instauraba el Estado laico y, en aquellos incendiarios actos se proponían llevar al extremo la disolución de cualquier manifestación religiosa: el ateísmo absoluto. No obstante, la respuesta de los religiosos no tardó en llegar; quizá por instinto de supervivencia, pero lo cierto es que respondieron con la misma moneda a sus opresores y contraatacaron. Claro, de manera ínfima cuantitativamente, si lo comparamos con los alborotadores.
El caos en tiempos de la República española era total. El 6 de Octubre de 1934 Lluís Companys, presidente de la Generalitat de Cataluña, declara el ‘Estado catalán’, dentro de la República española. Es decir, un paso previo a la independencia del Estado. Un día antes, el 5 de Octubre de ese mismo año, en Oviedo, Asturias, se proclamaba la República Socialista Asturiana, que contaba con treinta mil mineros que disponían de armas y dinamita. Incluso, en la ciudad de Mieres, los revolucionarios consideraron una marcha sobre Madrid, pero finalmente no se llevó a cabo. Ambas regiones insurgentes, la catalana y la asturiana, fueron posteriormente aplacadas por el ejército republicano.
Si bien los ideales republicanos, al mando de intelectuales, tuvieron buenas intenciones de cambio estos no fueron del todo acertados, como por ejemplo el de la Reforma Agraria, que no dejó contentos ni a los sectores menos favorecidos ni a las clases altas de la sociedad. Por el contrario, se ganaron el odio de estas últimas. Los puntos a favor de la República fueron sus políticas de igualdad y democratización: la mujer por fin pudo ejercer su derecho al voto.
La República Española tuvo, insisto, buenas intenciones, pero sus planteamientos en muchos casos fueron contradictorios y se cometieron demasiados errores en términos políticos: no llegó a integrar sus ideas modernas con todos los sectores del país. Y la deslealtad con la unidad de España por parte de los nacionalistas vascos y catalanes, como bien denunció el que fuera presidente Don Manuel Azaña en su célebre libro “La velada en Benicarló”, fue uno de los detonantes para que se resquebraje la ya frágil República.
Ante este desorden de gobierno los sectores de derecha empezaron a asomar y adquirir cada vez mayor notoriedad. En esta situación la guerra civil era inevitable. Lo que ocurrió después es ya conocido. La dictadura de Franco, que duró hasta su muerte, fue una etapa oscura en la historia reciente de España. Pero este episodio de nulidad democrática es parte de la historia y no se puede cambiar. Debemos aceptarla y aprender de por qué se llegó a ese punto.
Hoy España tiene una Monarquía Constitucional, como sistema de gobierno. La democracia es ejercida libremente por sus ciudadanos. La Monarquía Española, representa la Unidad del país y la Constitución, vela por los derechos y deberes de los ciudadanos. Sin esta Unidad representativa, el país estaría fragmentado y, por utilizar un término histórico reciente, balcanizado. Esa es la función de la Monarquía, garantizar la Unidad del Estado. De no existir, ocurriría como en tiempos de la República: la fragmentación del país. Si comparamos otras democracias actuales con España, en estos momentos, no habría mayor diferencia. Hay, incluso, países que se ufanan de ser repúblicas, pero sus ciudadanos viven bajo el yugo de la miseria y el Estado es un mero espectador que disfraza sus libertades a cambio de la palabra República.
España es hoy un país moderno, que hace casi cuatro décadas ha salido de una dictadura. El Rey, Don Juan Carlos I, tuvo un papel importantísimo en el proceso de transición a la democracia que hoy gozamos en este país. Si esos ocho millones de euros que destinamos a la Casa Real cada año lo comparamos con el desorden y la balcanización de España, esa cifra se quedaría corta. Nos sale más ‘barato’ tener una Monarquía que vivir en el caos. España es así; España necesita una Monarquía para mantener su Unidad. De otro modo, los separatismos, que están adquiriendo fuerza en estos tiempos, fragmentarían el país y ya sabemos las consecuencias que eso traería para todos los ciudadanos.
En este último respecto, quisiera mencionar el tema de los mitos en el separatismo de algunas regiones de España.
En primer lugar, el término nacionalista tiene sentido cuando hay una nación anterior que sustente ese término. En los casos de vascos, catalanes y gallegos no se ajustan a la realidad.
La nación vasca nunca existió, porque siempre las provincias vascas fueron parte del Reino de Navarra. Lo mismo que la catalana, que fue siempre parte del Reino de Aragón. De la misma manera que la gallega, que perteneció al Reino Asturleonés. El idioma es el arma que utilizan estos sectores llamados erróneamente nacionalistas, para justificar su separatismo. Es entonces cuando, por culpa de estos fanáticos con ansias de poder, que el idioma y la cultura de estas regiones causan el repudio de algunos ciudadanos del resto del Estado.
La Monarquía, como mencioné anteriormente, representa y lleva a cabo la Unidad del país. Pero la Monarquía la constituyen personas, que en su debilidad natural y humana, puede que algún día se cansen de llevar la carga de la Unidad de todo un Estado a sus espaldas. Son seres humanos que, espero nunca ocurra, podrían abdicar definitivamente de este cargo tan importante y lleno de enormes responsabilidades. Repito, espero que nunca ocurra, pero en caso de que un día sucediera esto, la República deberá tomar las riendas de un Estado, conformado por la mayoría de sus ciudadanos, que no quiere la balcanización ni el desgobierno. Ya lo decía Don Manuel Azaña y Don Miguel de Unamuno, que propugnaban la Unidad del Estado Español. Si la República, y algunos de sus sectores de izquierda, de llegar ese día, traiciona esta consigna, un nuevo totalitarismo anulará la democracia que hoy tenemos.

1 comentario:

  1. Una exposición notablemente equilibrada y sensata. Queda mucha gente que no percibe que si la Monarquía se basa en un mito la república se basa en otros. Y tal vez los segundos son mucho más peligrosos, porque la gente aún no se ha dado cuenta de lo endebles que son.

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