El guía que tuve en Egipto contaba que su madre, con motivo de la construcción de un colosal puente sobre el Nilo, pensaba que utilizarían los huesos de los antiguos faraones que habrían de ser gigantes. Nuestro guía había estudiado dos carreras universitarias, escribía en varios periódicos cairotas y sólo tenía dos hijos. Sin embargo había dejado de ejercer como docente en la Universidad porque como guía ganaba tres veces más. Ahora me estremece pensar con qué excitación estará viviendo estos acontecimientos y me doy cuenta de que encarnaba un cambio con el que se pasaba del medievo a la modernidad con varios siglos de retraso y en una sola generación.
Las revoluciones espontáneas de Túnez y, ahora de Egipto, parecen ser protagonizadas precisamente por los integrantes de estas generaciones, jóvenes urbanos, ilustrados, con acceso a la cultura y la información y conectados a Internet.
El caso es que tiene que haber mucha más población que en las zonas rurales viva aún como la madre de mi guía, en el analfabetismo y la superstición, y que cuando se establezca una democracia real su voto tal vez se encamine hacia el medievo.
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