::LA DIPLOMACIA SEGÚN ASSANGE por César Reis::

Se atribuye a Voltaire el dicho aquel de que “cuando un diplomático dice ‘sí’, quiere decir ‘quizás’, cuando dice ‘quizás’, quiere decir ‘no’ y cuando dice ‘no’ no es un diplomático”. Intuyo que el ilustrado francés se mostraba en este aforismo tan cándido y leibniziano como el personaje de su conocido (y atribuido) relato. O al menos, esto es lo que se concluye después de todo el revuelo levantado por los famosos cables de Wikileaks. A estas alturas el guionista de la vida de Assange –porque nadie duda que la vida de Assange, igual que la de Belén Esteban, sólo puede ser fruto de la mente calenturienta de algún guionista- tiene que estar frotándose las manos.
Sin embargo, somos muchos los que hemos experimentado cierta decepción con todas las revelaciones de Wikileaks. Tal vez porque esperábamos que, de un momento a otro, nos dijeran por fin que todas las teorías conspirativas que circulan por el mundo (el virtual y el otro) fueran totalmente ciertas. Ya saben, eso de que Paul McCartney está muerto, Elvis vivo y la llegada a la luna la filmó Kubrick en un estudio de televisión. Sin embargo finalmente, para decepción de no pocos, nada ha sido como esperábamos. Porque lo cierto es que para decir que Estados Unidos teme a los focos yihadistas esparcidos por el mundo, que el Vaticano está formado por un conjunto de abueletes anacrónicos y provincianos, que en Palomares hay plutonio a mansalva o que, como todos los dictadores, Chávez es un bocazas insolente y egocéntrico, para decir todo esto, para armar tanto ruido vacuo y dar a cambio tan pocas nueces no era necesario todo esto.
Aunque, volviendo a lo que apuntábamos más arriba, podría ser más llamativo el hecho de que los papeles del Departamento de Estado –sólo su nombre parece evocar la obra de Kafka- revelados por Wikileaks pudieran haber servido para demostrar que las maneras de los diplomáticos son, si cabe, menos versallescas que en los tiempos de Voltaire. Pero, en realidad, ni siquiera eso. Ya en el siglo XVI Michel de Montaigne, en uno de sus ensayos, nos hablaba de la falta de sutileza de ciertos embajadores capaces de tirarse pedos verbales actuando por cuenta propia en cuanto tenían ocasión, cosa que no dejaba de sorprender al humanista francés pues consideraba que, más bien, debería ser su oficio “representar fielmente las cosas y por entero, tal y como ocurrieron, para que la libertad de ordenar, juzgar y elegir residiera en el señor” (Essais, XVII).
Incluso, visto desde dentro del propio mundo de la diplomacia, alguien que había sido secretario-consejero en la legación española de Praga en los años treinta, Francisco Ayala, contaba en Recuerdos y olvidos -las memorias de sus primeros cien años de vida- una anécdota que merece la pena reseñar para ver hasta que punto el chismorreo y la falacia están al orden del día en ese mundo de recepciones sobrellevadas con Ferrero Rocher.
En 1963, a los pocos meses de su regreso a España, fue invitado por el entonces ministro de Información y Turismo del Régimen -y que también había sido diplomático otrora- Manuel Fraga Iribarne. Éste quería saber sus opiniones con respecto a la situación del país y su posible evolución en años venideros. En un momento de la conversación salió a colación el nombre del filósofo Luis Recasens Siches, quien, a su regreso a España tras el exilio, diversos avatares lo llevaron, nos dice Ayala, “a besar las alfombras” del Régimen. Intuye el granadino que Manuel Fraga pretendía con esto ponerle un ejemplo digno de imitación, cosa que a él no le hizo especial gracia. El asunto no pasó de ahí, ni se volvió a hablar de ello cuando se encontraron de nuevo, ya caída la dictadura. Por eso le sorprendió la indiscreción del ex ministro en su Memoria breve de una vida pública, al señalar que Ayala “no es una buena persona. Me impresiona oírle hablar mal de todo el mundo, incluso de los suyos, como por ejemplo de Luis Recasens. Ya me lo habían advertido los compañeros comunes de la Secretaría de las Cortes”. Como el propio Ayala aclara, esos “compañeros comunes” tan dignos de crédito para Fraga no eran sino los funcionarios que durante la guerra habían traicionado al gobierno oficial republicano.
En fin, cuando haya pasado toda esta fiebre informativa, podremos decir que los que entonces ya serán –con permiso de Dickens- papeles póstumos del club Wikileaks habrán servido para sembrar del más burdo amarillismo las páginas de algunos de los principales y más prestigiosos diarios mundiales -The Guardian, El País…-, pero también habrá que agradecerles una cosa. Si hubiese sido cualquiera de nosotros el que hubiera dicho que el Vaticano está formado por un conjunto de abueletes anacrónicos y provincianos, que en Palomares hay plutonio a mansalva o que Chávez es un bocazas insolente y egocéntrico, entonces nos acusarían de ejercer una demagogia sangrante, un maniqueismo sin límites, además de ser un amante de las teorías conspirativas. Sin embargo, si quien enuncia estas verdades como puños es el Departamento de Estado de Washington, tal vez a más de uno le de por reflexionar sobre estas cuestiones. Y eso, teniendo en cuenta los tiempos de vacuidad intelectual que corren, no es poco.

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