::LA OBRA DETRAS DEL AUTOR por David G. Casado::

A veces resulta que la actividad suponía hacer algo, y en ocasiones esa actividad es la obra.
Bruce Nauman

En la música popular se encuentran multitud de obras que relegan la idea de autor a un segundo plano en favor de la de performer o simple cantante, teniendo en muy numerosas ocasiones más éxito comercial las interpretaciones que las versiones originales. Para la industria musical las figuras del autor y cantante están en ocasiones tan separadas que ni siquiera el propio autor llega a grabar nunca las canciones que compone puesto que ese no es a menudo su trabajo. Si un cantante quiere grabar un hit ¿por qué componer una canción cuando puede tirar de readymade hits, situarlos en otro contexto -como Elvis con los grandes éxitos de la tradición negra- e imprimirles así un nuevo carácter?

Algo que Duchamp ya puso de manifiesto en el mundo del arte visual de principios de siglo con la idea de los Readymades ¿por qué modelar una escultura cuando se puede coger un objeto ya fabricado, situarlo en otro contexto -el museo- y darle así una nueva función? La diferencia aquí es que un botellero, por ejemplo (según el famoso readymade de 1914), carece de derechos de autor al tratarse de una obra industrial de reproducción, o mejor dicho, posee un derecho de patente por el que se carga una pequeña cantidad cuya fabricación a gran escala hace que sea rentable.
Estos pensamientos cruzados nos hacen plantearnos por qué una obra de arte que puede ser reproducida a escala industrial no lo sea, y nos parece un abuso histórico que se controlen las ediciones y las copias con fines únicamente especulativos. Desde nuestro modo de ver, el que una obra de Duchamp posea derechos de reproducción es algo ilógico (¿qué magia hace que un objeto artístico valga más que otro idéntico industrial?), que lo posea una fotografía de la obra lo es aún más, y en definitiva, que la propia obra posea valor, el botellero por ejemplo, es demencial, máxime cuando existen múltiples reproducciones “industriales” y el valor fetiche, como ilustre antiguedad si se quiere, es nulo, sabiendo incluso que el propio objeto que utilizara Duchamp se perdió, restituyéndose por otro en 1964.
Tantos años de desmontaje de la figura del autor parecen no haber servido de nada cuando hoy por hoy la autoría se imprime como código genético exclusivo de los productos culturales. Cada imagen, aunque repetible y apropiable, parece ser considerada única, y ello a pesar de las diferencias significativas en su reproducción debida a los formatos de compresión o impresión en todos los medios. Pero aún es más, las influencias de toda índole y procedencia que pueda contener la obra se consideran parte de la misma y propiedad indiscutible del autor, ya se trate de una canción, de una fotografía, de un libro etc. No nos parece lógico que, por poner un posible ejemplo, un fotógrafo utilice una composición de Manet registre tal imagen y prohíba su uso en un libro universitario que pueda poner en evidencia tal relación o exija un pago de reproducción independientemente de su tirada y afán de lucro.
Se puede argumentar ante esto que los que realizan el libro también pueden pueden obtener beneficio, pero lo que habría que definir -si se puede- es, cual es el objeto con el que se comercia en cada caso ya que cada configuración contextual del mismo constituye un nuevo objeto cultural. Lo que parece tener mas sentido aquí es intentar poner en marcha o activar la función cognitiva -operativa o no según - que cumplen en cada caso los objetos culturales. Entendemos que tal labor es la tarea propia de la crítica que pasa por el desarrollo de organismos culturales críticos eficaces cada vez más necesarios. Eso sí, independientes de toda institución museística para evitar en la medida de lo posible la especulación.
En cuanto a la práctica artística, la historia del arte está hecha de relecturas de obras precedentes. El movimiento conceptual nos ha enseñado que ya no es necesario seguir inventando formas (el mundo del diseño no es sino una batidora de pastiches) sino conceptos, es decir formas de pensamiento asociadas a contextos determinados que pueden ser o no materializadas físicamente. En muchas ocasiones su mera indicación es suficiente. Mantener pues una lógica de autoría de las indicaciones más allá de un honorable reconocimiento nos parece un absurdo. Si hay artistas de las ideas, estos deberían de ocupar posiciones no estables sino activas, integradas en otros procesos de creación de mundo más allá de la institución arte.

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