::MAGNICIDIOS CHUSCOS por Bruno Marcos::

Hay una fascinación milenaria por el magnicidio que acontece en cualquier punto de la historia. No siempre se trataba de un gran odiadior que arrebataba la vida al grande sino de alguien que vivía cierta contradicción entre sus impulsos de amor y destrucción, como si el asesinato fuera en cierta medida una forma de posesión del otro deseado.
Claro que nuestro hoy es chusco y así son los magnicidios que presenciamos: El tortazo a Berlusconi o el empujón a Benedicto. Si no los matan no es porque estén bien guardados sino porque el magnicida, aparte de un criminal es un cretino absoluto.
Los de Julio César, por ejemplo, estaban mejor organizados, no en vano eran miembros de una élite patricia que se obligaron a clavar el metal uno a uno para que todos fueran culpables aunque sólo una de las puñaladas debió ser la que causó la muerte.

Berlusconi sale del tortazo erizando la mirada mundial, ensangrentado el rostro crepitante de estetizantes cirugías, para subirse al estribo del automóvil y divisar al asaltante para darle lo suyo con sus propias manos y el Papá, como en esa obra de Mauricio Cattelan en la que un pedrusco meteorito le abate sin soltar el báculo.

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