::QUIERO SER KING KONG por Susana Herman::


(Gracias a Gustavo Martín Garzo y a Talleres Islados por inspirar este post.)

Hay un momento fundacional para el amor, también uno que marca el final. El amor es cosa de dos, debe serlo, pero difícilmente los amantes viven el principio y el final de su historia compartida al mismo tiempo. El que ama primero, el que asiste solo al estreno de ese teatro de maravillas que de pronto abre el telón y le asigna por fin un papel estelar, debe interpretar la mejor versión de sí mismo hasta conseguir captar el interés de su único espectador. Con un poco de suerte, recibirá el aplauso sin hacer demasiado el ridículo.
Hay una escena de "King Kong" (en la versión de 2005 dirigida por Peter Jackson y protagonizada por Naomi Watts) que siempre me lo recuerda. Ann, la bella actriz a quien interpreta Watts, despliega todo su talento ante un impasible King Kong, nunca satisfecho. Baila y hace piruetas en el filo de un risco, apenas a un metro del vacío; un mal paso o un simple movimiento del pulgar de King Kong podrían hacerla caer. Él tiene el poder.
También es así en las relaciones. Uno de los amantes es consciente de su vulnerabilidad, y aún así no puede evitar seguir bailando de espaldas a un precipicio. Pero llega un momento en el que le faltan las fuerzas y abandona antes de desfallecer. A veces sucede que, ante el escenario ahora vacío, el espectador impasible se da cuenta de que su mundo ha cambiado para siempre, de que los equilibrios y las piruetas  no fueron puro entretenimiento, de que había verdad y belleza. Le sucede así a King Kong, que ya no puede vivir en el lugar donde siempre había sido feliz solo. Necesita a Ann para compartirlo.
Sabemos el triste final de esta historia de amor, al igual que sabemos que el final del amor es siempre triste. Pero con el tiempo se nos olvida cuánto duele y volvemos a bailar de nuevo.

1 comentario:

  1. Gracias a ti Susana por hacer del eco algo precioso. Un gran beso. mariona

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