::LITERATURA Y VIDA por Mario Paz González::

Pienso en la literatura y en la vida, en las sutiles relaciones que se establecen entre ambas. En el epílogo a La cabeza del cordero (1955), esa colección de relatos que tienen como trasfondo la contienda civil, Francisco Ayala narra algunas historias de la posguerra, no inventadas, pero tan increíbles que no fue capaz de incluirlas, fabuladas, en su libro porque "¿cómo escribirlo?", se interroga, "¿cómo adobar en una ficción hechos cuya simple crudeza resulta mucho más significativa que cualquiera aderezo literario?". La literatura y la vida a veces, tal vez, se entrecruzan, y, en ocasiones, la primera, en su naturaleza poliédrica, excede a la segunda.
Un amigo, amante de poetas ignotos, en reciente visita a Toulouse me escribe abatido unas líneas desde la hermosa urbe del Midi francés. Según relata, buscando en un plano de la ciudad  otra cosa, se encontró con una calle dedicada a Bertrand de Born, aquel vate medieval que cantaba a la guerra, y decidió acercarse a visitarla. A pesar de que dicha calle no estaba situada en una zona del arrabal, su
sorpresa no pudo ser mayor, no sólo por la sordidez y abandono que percibió en fachadas o aceras, sino porque se encontraba completamente tomada por locales y personas cuyo principal negocio se basaba, digámoslo así, en el amor mercenario. A pesar de la desolación experimentada por este amigo, no puedo negar que la misteriosa conjunción antitética de conceptos (amor y guerra) que su información entrañaba me produjo una íntima e inexplicable satisfacción.
 Bertrand de Born (1140-1215), vizconde de Hautefort, fue un poeta y soldado occitano de los más conocidos en su tiempo y aun después. Empuñar la pluma y la espada no supone una habilidad especial en él tratándose de un noble del medievo. Su singularidad radica en el hecho de aunar, como pocos, ambas actividades encaminándolas hacia una única y pleonástica finalidad. De su vida se destacan sus enfrentamientos con su hermano Constantino y sus intrigas, que animaron algunas de las luchas intestinas de la Europa medieval, entre ellas las protagonizadas por Enrique, Conde de Anjou, contra su padre Enrique II de Inglaterra y su propio hermano Ricardo Corazón de León. En su obra no es difícil ver cómo, en la mayor parte de las cerca de cuarenta composiciones conservadas, cantaba a la guerra en afilados serventesios con la tenacidad fatal del que invoca a la más apasionada de las amantes.
 Por eso, el hecho de que la calle dedicada al poeta bélico por excelencia se encuentre tomada por aquellos que consagran sus afanes vitales al amor, aunque sea en la más infame de sus formas, no deja de entrañar un insondable y atractivo misterio basado, como no podría ser de otro modo, en eso que tradicionalmente se acostumbra a llamar justicia poética. A intentar aclarar este arcano dedico las líneas que siguen.
 Imaginar una turba de maleantes, alcahuetes y rameras que fueran amantes de la poesía no es de todo imposible, aunque no sencillo (tal vez sí el fenómeno contrario). Pensar que turba tal decidiera tomar esa calle una vez que fue nombrada, alquilando locales o viviendas, desluciendo las fachadas, trasladando a ella cierta sordidez innata a sus negocios con el fin de redimir al venerado poeta, tampoco. Podría quizás ser más fácil imaginar a un alcalde o concejal tolosano que, cual Dante Alighieri, decide darle un escarmiento a la infausta memoria del vate condenándolo a una suerte de infierno alegórico en la Tierra al dedicarle, precisamente, la calle consagrada a lo contrario de lo que él cantó: al amor, aunque sea en esa vertiente de encuentro clandestino (y pecuniario). No en vano el florentino, en su Divina Comedia (canto XXVIII, dedicado al Infierno) nos muestra a un Bertrand de Born condenado y decapitado en el noveno foso de la octava circunferencia del averno, junto a los que sembraron la cólera, la envidia, el odio... De este modo, este alcalde o concejal del Languedoc (también él poeta en la intimidad) estaría dándole la razón a Calvino cuando aventuró aquello de que "el infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya está aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos".
 En cualquiera caso, ambas dos conjeturas tienden al absurdo, pero de él se nutre de manera abundante la literatura, y también la vida. Ambas, literatura y vida, son necesarias; no sé si excluyentes. En algún tiempo quizás lo fueron y esa terrible disyuntiva, no siempre premeditada, dejó su huella imborrable en la biografía de algunos de los más grandes creadores, aunque no precisamente en la del poeta occitano que supo aunarlas como pocos. También, aunque sospecho que a su pesar, se aúnan en el caso de Roberto Saviano, autor de esa dura obra que es Gomorra y condenado por la mafia napolitana. Leo unas declaraciones suyas en las que se lamenta del punto vital al que lo llevó su obra diciendo que no hay nada que pueda compensar la pérdida de la libertad. Las huellas de su reclusión involuntaria dejan traslucir en sus palabras una cierta y más que comprensible amargura. En su caso, como en el de Salman Rushdie y algunos otros, la conjunción de literatura y vida ha asumido connotaciones demasiado trágicas y crueles. Pero la literatura, como todo arte, no es (no debería ser) al fin y al cabo, más que un mero entretenimiento (sublime, eso sí) que puede proporcionarnos al mismo tiempo un incognoscible disfrute estético. También a veces un tenaz conocimiento del mundo y de los otros y, cuando eso ocurre, cuando nos ayuda a rozar el áspero follaje que conforma la realidad, entonces se transmuta en algo maravilloso y, siempre, imprescindible.

1 comentario:

  1. Me ha sorprendido la cita de Calvino, que, puesto así, parecía referirse al reformador religioso del Renacimiento. Era como si Calvino hubiera dejado la especulación sobre el más allá para adoptar, sorprendentemente, una perspectiva más cercana a nuestra época. Incluso pensé, por un momento, que Sartre nos había ocultado que debía a Calvino su famosa frase "el infierno son los demás".
    Para mi sorpresa, no se citaba al Calvino puritano, sino a Italo Calvino y, entonces, me ha decepcionado un poco ver que se trata sólo de una especie de glosa de la propuesta sartreana. Pero, por otro lado, agradezco la cita, que desconocía, pues me ha permitido disfrutar de una glosa hermosa. La frase de Sartre me había parecido hasta ahora rotunda y cerrada y, gracias a Italo Calvino y a este artículo de Paz, la veo ahora abierta, transformada en otra más bella y reconducida hacia vías alternativas de interpretación.
    Resulta ingeniosa también, en aplicación de esa idea,la propuesta de la actividad infernal del alcalde que condena a vivir a de Born en el lado opuesto de lo que él ha exaltado.

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