::LA ÚLTIMA TENTACIÓN DEL PAPA por Jesús A. Marcos::

El cardenal polaco Stanislaw Dziwisz sugería - me parece que así era, a pesar de posteriores y corteses desmentidos- una cierta descalificación moral de Benedicto XVI, al contrastar su renuncia al pontificado con la entrega de aquellos papas que no se han bajado en vida de la cruz. La rancia expresión me llevó a recordar "La última tentación de Cristo", aquella magnífica novela de Nikos Kazantzakis  que convirtió en películaScorsese. La obra de Kazantzakis, además de desbordar de ideas y de situaciones que invitan a recrear y rehacer de manera original lo transmitido por la tradición eclesiástica, sostiene la tesis de que Cristo fue tentado, in extremis, para que renunciase a su condición divina y descendiese de la cruz para limitarse a desarrollar una vida humana convencional. El Cristo de Kazantzakis consigue, finalmente, vencer la tentación y aceptar definitivamente la cruz. Según me parece, en esa línea argumental, Dziwisz se inclinaría por creer que el Papa ha sucumbido a la tentación.

Sin embargo, manteniéndome en el terreno de las conjeturas o especulaciones que, a pesar de su carácter ficticio, poseen una fuerza simbólica, quisiera dar la vuelta a ese punto de vista. A Cristo, puesto que su naturaleza era divina, se le exigía no conformarse con lo meramente humano. Pero es que el Papa no es Dios y bien podríamos argumentar que, acaso, su última tentación  sea la invitación a considerarse talNo es su misión la de morir en la cruz para redimir al género humano, sino la más modesta de atender a las necesidades de acompañamiento y auxilio de mujeres y de hombres de cualquier condición y a las necesidades de organización y de renovación de la Iglesia a cuyo frente ha sido puesto.
Por otro lado, la tentación de creerse Cristo crucificado choca desde hace siglos con la imagen principesca de los Sumos Pontífices y de su corte. Si hay crucificados que reproduzcan el sufrimiento de Jesús de Nazareth, no parece verosímil que se hallen entre los jerarcas del Vaticano. Las vidas de los pobres de la Tierra, de los que sufren enfermedades sin remedio o de losque soportan persecuciones o torturas son las auténticas cruces de este mundo y, además, a ellas o de ellas no se sube ni se baja por libre decisión.
El Papado debe abandonar su empeño de mantenerse en lo míticoQuien ocupe la Silla de San Pedro  debe aceptar sus límites humanos y los consiguientes acotamientos de su misión. Ha hecho bien Benedicto XVI dejando su cargo, como un hombre razonable, cuando ha entendido que su misión humana había concluido y que, tras él, habría muchos capaces de completar tareas para las que a él no le quedaban fuerzas. Como escribió Camus y parece especialmente apropiado para las instituciones y situaciones que tratan de perpetuarse mediante la grandilocuencia, hay que aprender a vivir y a morir y para ser hombre hay que negarse a ser Dios.
El nuevo Papa, Francisco, parece haberse propuesto continuar el caminodesmitificador de su antecesor. Pero debe mantenerse alerta. La proximidad, la cercanía humana que ha mostrado estos primeros días,puede, efectivamente, ser el comienzo del abandono de los modos y las distancias cesáreas. Pero también puede sugerir una narración fundamentalista protagonizada por la exaltación de la pobreza. Desde mi punto de vista, la pobreza es mala y debemos luchar porque ningún hombre tenga que padecerla. Y ese empeño debe ser un empeño compartido, en el que los santos, si los hay, deben tener como meta que la santidad sea cosa de todos y, como propósito, no sólo que el bien sea para todos sino que todos seamos capaces de generar el bien.

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