::EL LARGO VIAJE por Mario Paz González::

Como muchos otros, yo era de los que acostumbraban a arrojar directamente a la basura las páginas salmón que venían los domingos con el periódico. Y lo hacía sin remordimientos, sin molestarme lo más mínimo en leer lo que, para mí, no dejaban de ser abstrusos textos sobre economía que nunca fui capaz de entender pues, como dijo Vicente Risco, los que jamás tuvimos dinero podemos permitirnos esa elegante ignorancia.
Pero ahora, pasados los años, pienso que, en realidad, hoy debería ir a la basura el periódico entero, pues es como si todo él estuviera impreso en papel salmón. Las noticias dedicadas a la economía no solo saltaron desde de las páginas finales –donde antes quedaban escondidas en una casi anónima marginalidad, justo después de los deportes–, a las primeras, mezclándose no sólo con las noticias nacionales e internacionales, sino también –duele decirlo– con las dedicadas a la cultura. A lo mejor lo único que evita que uno reproduzca con todo el periódico aquel mismo gesto soberbio o ingenuo –según se quiera juzgar– de arrojarlo a la basura, como antes hacía con el cuaderno salmón de los domingos, es que, a pesar de todo, uno no desea privarse de esa magnífica muestra de prosa viva que supone el trabajo periodístico.

Por eso, ante esa inevitable fatalidad de que lo relacionado con la economía y con la crisis lo haya dominado todo, hace unos días, de reunión con unos amigos, elaboramos una, bastante notable, relación de películas, canciones o libros de cualquier época que, sin tener relación directa con la coyuntura actual, diera la impresión, al leerlos o releerlos hoy, de que estuvieran refiriéndose directamente a ella. Como no pienso comentar aquí el listado completo, por no enfadar al improbable lector, citaré sólo uno de los relatos que, por lo menos para mí, mejor representa una metáfora de lo que está sucediendo hoy en Europa y, a lo mejor, en otros lugares del mundo. Se trata de un cuento de Leonardo Sciascia que lleva por título “El largo viaje” y que fue incluido en su libro Il mare colore del vino, de 1973. En él el escritor italiano relata la historia de un grupo de humildes campesinos de Sicilia que, después de vender todas sus pertenencias, son recogidos en una playa desierta por el barco de un tal señor Melfa que los va a llevar a la soñada América donde esperan encontrar una vida mejor que les permita hacerse ricos y regresar con los “billetes metidos sin cuidado en los bolsillos del pantalón, sacados a puñados”, como vieron hacer a los parientes que regresaron de allí con la barriga llena y las mejillas rojas y bien lustrosas. Así, después de pasar once noches cabalgando sobre las olas, escuchando llenos de miedo el ronco sonido de un mar oscuro y agitado, por fin avistan las luces de la que, sin duda alguna, debe de ser la anhelada Tierra Prometida. Escuchan las instrucciones para el desembarco del señor Melfa, le entregan todo su miserable capital y, rápidamente, son llevados por fin a la costa donde permanecen un buen rato juntos, unos junto a los otros, de nuevo en una playa oscura y desierta escuchando sobre sus cabezas el chillido agudo de las gaviotas sin osar alejarse de la costa. Cuando por fin dos de ellos se aventuran a averiguar alguna información las sorpresas se suceden. Primero encuentran una carretera bien pavimentada y pulida que, tal vez, habían pintado en su imaginación algo más ancha, majestuosa e imponente de lo que era aquella. Luego, les llama la atención ver pasar varios autos pequeños y destartalados, como los de su tierra, y se imaginan que los yanquis los tendrán así, en cualquiera caso, por antojo o, a lo mejor, para que jueguen los niños con ellos. Enseguida les choca el nombre de la población que ven en la lejanía, Santa Croce Camarina, cuya escritura les recuerda su propia lengua, pero se convencen de que la semejanza debe ser sólo aparente, pues “el americano”, asegura uno de ellos, “no se lee como se escribe”. Por fin se deciden –a pesar de las reiteradas advertencias que les había dado el señor Melfa– a interpelar a uno de los conductores que pasan. Tras un breve intercambio verbal caen en la cuenta de todo lo que está sucediendo: no se han movido del sitio, ni siquiera llegaron a abandonar su Sicilia.

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