::CULTURA EN CRISIS por Mario Paz González::

Hace mucho tiempo, en la China de la dinastía Tang (618-907) existía un curioso procedimiento para acceder a la función pública que consistía en realizar una serie de exámenes eliminatorios –hasta ahí nada extraño– en los que se exigía a los candidatos una vastísima cultura basada fundamentalmente en el conocimiento de las artes literarias, en concreto de la poesía. Cualquiera, independientemente de su origen social, podía participar en ellos, pero todo aquel que lo hiciera tenía que demostrar que era capaz de redactar ensayos y escribir poemas sobre alguno de los muchos y variados temas impuestos por sus examinadores. Este sistema de selección representaba también para muchos –como lo fue para el poeta Wang Wei y para su hermano Wang Jin–, una manera rápida de ascenso social, no basado en el linaje ni en los vacuos privilegios heredados de sus antepasados, sino en su talento para las artes poéticas.
Por otra parte, el objetivo final de estas pruebas no era otro que el de contrarrestar el poderoso influjo en el gobierno de la aristocracia dominante y del ejército, captando el mayor número de talentos para el estado, creando así un amplio cuerpo de letrados eruditos que llevaran las riendas del Imperio y otorgando, a los que lo conseguían, un envidiado estatus dentro de las comunidades de las que formaban parte. Gracias a todo esto –aunque también gracias al mecenazgo de príncipes y emperadores–, aquel fue un período en el que cualquier persona mínimamente culta disfrutaba leyendo poesía y era capaz de escribir o improvisar hermosas composiciones circunstanciales cuando la ocasión lo requería. Fue además un período de gran florecimiento de la cultura en general y de la poesía en particular, que habría de extenderse aún en épocas posteriores y que nos iba a dejar para la posteridad, no sólo la obra de Wang Wei, sino también la de uno de los más prolíficos poetas de todos los tiempos, Li Bai.
Hoy estamos muy lejos de aquella época y uno tiende a pensar que, para la mayor parte de los aspectos de nuestra vida, el mundo en el que vivimos es mucho mejor y más cómodo. Ignoro cómo será la valoración de la cultura en la sociedad china actual, pero, desgraciadamente, tal vez no sea muy diferente a lo que ahora pretenden acostumbrarnos por estas tierras. Recientes medidas como la subida del IVA no ayudan en absoluto a una revalorización de la cultura, sino más bien al contrario. Tampoco las declaraciones del ministro de Hacienda equiparando cultura y entretenimiento. Como si no fuera más que eso, como si no fuera parte imprescindible de nuestra formación intelectual y humana. En esa línea parece moverse también una futura reforma educativa en la que hablan de reválidas, de itinerarios, de formación profesional de base, de la sempiterna educación para la ciudadanía…, pero en la que a ninguno de los cráneos privilegiados que la diseñaron se le ocurrió recuperar el protagonismo perdido de las Artes y de las Humanidades y, mucho menos, de la literatura y de la poesía. Parece haber un empeño consciente y deliberado en ignorar una y otra vez que el conocimiento de estas disciplinas nos hace más libres, pues crea una sociedad más igualitaria y mucho más democrática. El mazazo definitivo parece que vendrá ahora, por lo que se puede leer en la prensa respeto de los fondos destinados a la cultura en los presupuestos generales del Estado. Como dijo recientemente Antón Reixa, “reafirman algo que es terrible, y es que se tiende a entender la cultura no como algo productivo sino como algo ornamental”.
A lo mejor uno no querría vivir en la China de la dinastía Tang y prefiere el mundo de hoy, pero, en contraste con aquella época, parece que, detrás de todo esto que está ocurriendo, se esconde la triste idea de que la cultura es algo superfluo y sólo destinado a las élites, algo cada vez más extranjero en el mundo que la rodea, más extraño, más marciano en un mundo que a menudo se muestra hostil y refractario a ella, en un mundo sometido a los imperativos de lo práctico, de lo rentable, de lo material, de lo huero, de lo banal…

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