::INFANCIAS RECUPERADAS por Eloy J. Rubio Carro::


Subiré a ese pobre niño a lo alto del árbol y después derribaré
la pared, y mi jardín será para siempre el lugar de juego de los niños.
O. WILDE.

¿Hay algo fuera del tiempo o todo se halla en el tiempo? Es la pregunta que me sugiere “Caballos”, un hermoso aunque enigmático poema de José Luis Puerto ,incluido en el ya antiguo libro “Un jardín al olvido”.
El poema se mueve en torno de un deseo, ”Que vuelvan los caballos del tiempo a mi jardín”. Ahora mismo si me paro, escucho mis latidos como en un galope desbocado que no se satisface mas que cuando extenúe, a la muerte. Ah, no, parece decir el poeta, ¿Cuándo empieza ese galopar? Allá en la nada, allá al comienzo del corazón. “Siento aún el galope velocísimo/ De esos latidos…”. Es en un momento de descuido, en la inconsciencia como señala Buzzati que esta carrera se lanza y ensordece y pasa, perdiendo la cuenta del punteo del corazón. Ah no, quiere decir el poeta ¿Qué hubo en el origen? ¿Qué antes del cabalgar? Y en el origen hubo un espacio virgen “Lleno de castañares, de granito…” Componer este paisaje, convocarlo de nuevo, recordar, hacerlo viable; “Tengo caminos para su galope/ Que llevan a un jardín, a mi jardín”. Pasos en la memoria que resuenan en el palpitar que palpita, a la puerta de la rosaleda que no abrimos nunca; pero en este poema se declaran de par en par abiertas las puertas del jardín, se proclama el derrumbe premeditado del muro con el que aquel gigante contenía a la infancia. Aquí mi casa sin muros.
A mí la infancia qué se recoja, qué venga a mi patio a jugar, qué sea mi alegría, qué sea la alegría mía. No hemos salido en el poema de la infancia propia, los señuelos y artificios que se proponen para recuperarla convocan a todos los sentidos para ir a aquel saber, sabrosos nutrientes, aromas que aguzan el oído como si la mar se oliese al oír de una caracola, arroyos “en que calmar la sed del pasado, tan lejos”, tan aquí mismo; porque cualquier ahora es un camino hacia el jardín, Pero ¿cuál camino es cualquiera? No lo sabemos. Por si acaso habría que recorrerlos todos y habilitarlos, haciendo deseable el regreso, aprovechar la cabalgada en esa vuelta. Ah, ¿cómo hacer deseable esa vuelta a la infancia? ¿Cómo hacer que el tiempo de la infancia vuelva, si solamente en el tiempo el tiempo se redime, si solamente en la infancia va la llave de este regreso? Y aquí se canta como en letanía las virtudes del paraje, del estado del alma de la infancia, del paraíso de la infancia, todo eso que en mí se encuentra, “… el galope velocísimo de esos latidos que me llevan siempre a aquel jardín lejano”. Todo aquello es más que un recuerdo, es el recuerdo del recordar; es, ahora, también para el recuerdo donde radica la infancia. En mí ahora lo hallo y te lo ofrezco. Yo que escucho esta tamborrada, este derrumbe del tiempo, convoco a tu oído desde mi silencio, el ahora y aquí de aquel prístino silencio, el eco de cada infancia. Nadie podrá rehusarse. Entramos en la infancia nuestra.
No se sitúa José Luis Puerto en este poema en la memoria entendida como memoria del pasado, se sitúa en la memoria del presente; es cierto que aparece la infancia como algo que ya fue, pero también muestra que los preparativos son para que lo que fue vuelva a ser y esto es aquí y ahora, el recuerdo es el recuerdo del ahora, lo que está y permanece quieto habiéndose movido, el contenido del corazón. Podríamos añadir que el poema como artefacto se sitúa en la memoria del futuro y además es unísona con la memoria de cualquiera. Ya nada se pierde si estamos atentos, si albergamos en confort estos recuerdos, si para ello revivimos la infancia, si el niño encerrado en el cuarto oscuro puede volver al huerto soleado del gigante en que fuimos creciendo. Decrecer ahora como el jazmín del jardín del sueño. Hay que responder sin temor a la preguntas, ¿Qué diría de nosotros el niño que fuimos? ¿Le dejamos decir algo en la actual situación a ese niño? En la memoria del futuro radica la supervivencia. La memoria del futuro es programática, aunque como posibilidad es la del mejor ser que se hubiera previsto para nosotros, del mejor ser posible nuestro; ese ser incluye a los niños que porque los fuimos permanecen, esos que estarían vivos y contentos en nosotros.
Ningún muro para impedir su paso, por si vienen, por si viene. Todo ya dispuesto otra vez como una vez, esta vez, el tiempo lento, demorado, masticable, el tiempo de la espera, todavía a tiempo para echar un vistazo afuera del jardín, una brevísima mirada, para su última porción de estrellas. Pero, ¿por qué justo ahora ronda por mi cabeza…?
Esto, lo que resolvieron los iniciados en los antiguos misterios eleusinos, un continuo de supervivencia, un saberse vivo y consciente en el fluir de las generaciones y poder saberse guiño de un existente futuro. En Eleusis la purificación preparaba un estado de inocencia, por ello el “país aph`hestias”, el “muchacho del hogar”, escogido por sorteo entre las familias más distinguidas de Atenas e iniciado a expensas del Estado no exigía ninguna ceremonia de purificación, como era el caso de los adultos que tenían que pasar de nuevo por el estado de inocencia. Había que volver al niño si se quería un paso más allá, raíz de toda vida indestructible.
Leo el poema, lentamente siento que se me va incorporando, que recuerdo en ese recuerdo. Hundo las compuertas, veo venir la cabalgada. ¿Qué caballos esos que suenan?¿Descabalados caballos del pensamiento que en la niebla trituran flores? ¿Los potros de bárbaros atilas?¿Por qué todavía les temo? Pasan a mi jardín como lo haría el sol, se detienen, se pacifican, ramonean las hondas praderas de mi pecho. Por pienso les daré rosas de mi sangre.

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