::MIGUEL HERNÁNDEZ Y LORCA por Bruno Marcos::

Desde que se desataran las galas del año miguelhernandiano no ha dejado de aparecer un asunto que, aunque parece baladí, es repetido con insistencia. Se trata del desencuentro de Miguel Hernández con Federico García Lorca. Nada se juega la historia de la literatura hispánica en desentrañar los entresijos de esta malograda relación pero despierta la curiosidad. Seguramente lo que apetece es contemplar la ruptura del monolitismo que se había construido sobre la intelectualidad antifranquista.
La idea que queda insinuada es la de que Lorca era un señorito y Hernández un pastor y que Federico no soportaba que le eclipsara.
Se cita el veto que el granadino puso al oriolano en una reunión en casa de Aleixandre a donde no acudió a leer su obra La casa de Bernarda Alba por no verle. Obviamente no era tan idílica la relación de Miguel con la generación del 27. También riñó con Alberti y María Teresa León al grito de “Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta” porque estos espantaban los miedos de la guerra con grandes fiestas de disfraces.
Lo cierto es que el de Orihuela venía a encarnar ese pueblo que defendían y desde el pueblo con una capacidad deslumbrante para adueñarse del lenguaje que no había pertenecido a su clase social. Sin embargo habría que analizar la anécdota en otra clave. Quien saca a Hernández de ser pastor de cabras son los curas y Ramón Sijé. La burguesía intelectual le acoge y el derechista Cossío fue el principal defensor de él en la prisión; sin embargo su padre, perteneciente al pueblo idealizado, es quien le prohibió los libros y quien no fue a visitarle ni una sola vez a la cárcel antes de morir. ¿Cabría preguntarse por qué Lorca y su clase social salen malparados del conflicto y , sin embargo, el padre de Miguel Hernández y su clase no tanto?

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