::EL ROSTRO DEL TIEMPO por Mario Paz González::

En el período que va desde 1920 hasta 1933 el autor austrohúngaro Joseph Roth residió en Berlín donde desarrollaría su labor como periodista y escritor. Durante todos esos años, como impelido por una furia y una vehemencia febriles, escribió algunas de sus novelas más importantes, pero también muchísimos artículos, de los cuales más de mil trescientos están dedicados a la capital alemana. La mayor parte se publicó en diferentes periódicos como el sensacionalista Neue Berliner Zeitung, el reputado Berliner Börsen-Courier y, sobre todo, en la página cultural del Frankfurter Zeitung, con el que, además, viajaría por toda Europa, incluida la recién nacida Unión Soviética.
En ellos, como en sus novelas, se percibe con viveza la pulsión irrefrenable del escritor, ese deseo vehemente de mostrar su visión personal del mundo, de un mundo que había tocado fondo con la Gran Guerra, pero también de un mundo no menos inhóspito que comenzaba a aflorar en aquellos años y cuyas consecuencias trágicas parece querer vislumbrar en buena parte de sus textos. Para hacerlo adopta diversas actitudes (la del crítico, la del flâneur, la del simple reportero…) con las que describe con certera agudeza y minuciosidad los entresijos más ocultos de la vida cotidiana de Berlín y de sus habitantes durante el período que abarcó la malograda República de Weimar hasta la llegada al poder de los nazis.
En uno de sus textos, fechado en 1926, define la labor del cronista urbano y su importancia creciente en lo que él denomina el periodismo moderno, aquel que, según sus palabras, “integrará todo lo demás, no sólo la política”, pues “el periódico moderno necesita más al reportero que al editorialista” porque es capaz de dibujar como nadie la cotidianidad, “el rostro del tiempo”. Ese “rostro del tiempo”, ese testimonio veraz y ese análisis minucioso y prolijo de la vida cotidiana, de la Historia y de la intrahistoria, es el que desfila por estas crónicas tan sumamente lúcidas, algunas de las cuales adquieren, incluso hoy día, una sorprendente actualidad. Al leerlas uno se siente en muchos momentos como si estuviese escuchando a un contemporáneo, como si la vida de una ciudad centroeuropea del período de entreguerras -con sus obras perennes, con su tráfico endiablado, con los discursos vacuos de sus políticos, con la fatuidad de sus popes culturales, con sus barrios marginales, sus tugurios, sus diversiones…- no fuese en el fondo tan distinta de la vida bulliciosa y anodina que podemos encontrar hoy en día en muchas de las ciudades del mundo occidental.
En sus crónicas Roth nos habla con irreverente sarcasmo de la torre de señales instalada en la Potsdamer Platz para dirigir el tráfico urbano, ese fragor y ese traqueteo de un nuevo ritmo creciente y abrumador que lo dominaba todo. También de las nuevas edificaciones, de los proyectos de rascacielos o del consumismo, plasmado en los nuevos macrocomplejos comerciales a los que él irónicamente denomina “grandes almacenes grandes de verdad”. Por sus artículos desfila todo Berlín, los hombres de negocios y los pordioseros, los guardias urbanos, el museo de cera o personajes tan singulares, como Richard el Rojo, camarero encargado de llevar los periódicos a los clientes del Café des Westens, en el Kurfürstendamm, patria de los literatos y la bohemia. Pero también las grandes personalidades, esos políticos que gobiernan en el Reichstag, a los que mira con una mezcla de escepticismo y desconfianza más que comprensibles, o el hombre masa, esa voz de la sinrazón pasto del nazismo, además de los seres marginales, los desclasados, los desprotegidos, los que están a expensas de unos acontecimientos que los desbordan, que los sobrepasan, amenazando incluso, premonitoriamente, con aniquilarlos. Esta última será la misma honda preocupación que late en alguna de sus obras de estos años como La marcha Radetzsky.
Es precisamente en estas crónicas dedicadas a los desprotegidos donde desfilan también los judíos que vivían hacinados en pésimas condiciones en el barrio de Scheunenviertel, una suerte de gueto para aquellos que llegaban a la capital alemana huyendo de Rusia a causa de los pogromos. Para muchos de ellos las ciudades europeas, como Berlín o Hamburgo, no eran más que un destino intermedio antes de partir para América o Palestina, cosa que no siempre conseguían, quedando absurdamente atornillados a una vida y una urbe que, en algunos casos, no llegaba a ofrecerles grandes expectativas vitales. Aunque Roth era de origen judío -había nacido en Brody, en la región de Galitzia, que entonces formaba parte del Imperio Austrohúngaro y hoy pertenece a Ucrania-, era lo que se denominaba un “judío asimilado”, pues había abandonado sus costumbres vernáculas a favor de las occidentales. Por ello su retrato del Scheunenviertel muestra cierta frialdad y distancia. Sin embargo, resulta interesante observar cómo, poco a poco, se percibe una evolución en su actitud. Frente a la dureza del entorno, frente a la escalada de brutalidad que va creciendo a su alrededor en los últimos años, Roth se siente cada vez más solidario y afín con los sentimientos de los que sabe, en el fondo, que son los suyos, con sus tradiciones, con su forma de ver el mundo.
Uno de sus últimos artículos dedicado a Berlín está fechado entre septiembre y noviembre de 1933 y ya no pudo ser publicado en Alemania, sino en la revista Cahiers Juifs de París, adonde Roth se exiliaría el año siguiente. Se trata de un texto más largo que los otros, pero, pese a su inmediatez con los acontecimientos vividos resulta de una lucidez desgarradora inigualable. En él Joseph Roth se muestra más directo, más apasionado, más vivo al reivindicar, a raíz de la quema de libros ese mismo año en la Bebelplatz, el papel de los judíos en la cultura alemana y europea. También al denunciar algo que su extrema sensibilidad era capaz de captar frente a un mundo insensible, lo que él llama la “rendición espiritual” de Europa a los totalitarismos “por debilidad, por pereza, por indiferencia, por inconsciencia”, reclamando la unión, en aquellos años duros, para un continente que aún hoy, aquejado por otras crisis, parece cuestionarse.

Joseph Roth.
Crónicas berlinesas.
Edición de Michael Bienert.
Barcelona: Minúscula. 2006.
292 pp.



No hay comentarios:

Publicar un comentario