::UN GESTO por Mario Paz González::

Muchas veces un gesto a tiempo vale más que mil palabras. Sobre todo en una época en la que los gestos escasean y las palabras abundan. Y no estoy pensando en las palabras buenas –como belleza, amistad, verdad…–, esas que siempre son necesarias. Estoy pensando en las otras, en esas que tanto proliferan, por desgracia, en la vida cotidiana de hoy. Estoy pensando en esa verborrea infame y contaminadora, por lo que tiene de amenazante, que intenta hacernos mirar para otro lado sin dejarnos mirar a cara descubierta la realidad. Estoy pensando en esas palabras que representan esa manera de expresión miserable y zafia que se ha enquistado en el espacio público y político y, al mismo tiempo, también en muchos medios en los que el insulto, la denigración y la falsedad están al orden del día.
Estoy pensando en esas palabras erradas a las que no les queda ni siquiera el consuelo de una sabia rectificación, sino que, además, quien las profiere persevera con necedad e impertinencia en el error. Esas palabras que justifican todo el injustificable, desde el insulto sexista por parte de un personaje público a una ministra, hasta la configuración de unas memorias en las que, no sólo no se piden disculpas por una guerra ilegal, sino que, encima, se intenta justificar y lavar la imagen de quien la ordenó. Pienso también en esas otras palabras de locutores de radio y televisión que construyen su discurso sobre el desprecio y la falsedad.
Hace días, un editor amigo me decía que no hay que sacralizar el libro, pues libro es Mein kampf y libros son los manuales de guerra de Al Qaeda. Por eso pienso que, en contra del que antes creía, tampoco se puede sacralizar la palabra, pues, al igual que puede servir para unir, también sirve para denigrar.
Por eso me pareció el otro día tan reconfortante el gesto de Agustín Fernández Paz al rechazar el Premio de la Cultura Gallega. Los escritores –y eso él lo sabe muy bien– son los verdaderos guardianes de la palabra. Nadie como ellos para intentar expresar a través de ella lo inefable. Fue el poeta inglés Samuel Taylor Coleridge quien dijo que la poesía eran las mejores palabras en la mejor orden.
Fernández Paz, que maneja las palabras como nadie, apenas precisó hacer uso de ellas, a lo mejor consciente de la fuerza de su gesto en una época en la que, por desgracia, también los buenos gestos escasean. Tiene que ser difícil rechazar un premio y el reconocimiento que conlleva. El suyo fue, pues, un gesto valiente y, sobre todo, sumamente coherente. Y son también “valentía” y “coherencia” otras dos palabras que tampoco hoy abundan en los manuales de hipócrita corrección política de uso corriente.
Fernández Paz no precisó, por tanto, muchas palabras. Había hecho ya bastante uso de ellas, como él mismo dijo en el escueto comunicado que envió a los medios, en diversos foros a los que remite, entre ellos la web de la plataforma Prolingua. Desde allí se realizó un inequívoco llamamiento a la sociedad y a todas las fuerzas políticas “para recuperar el camino de la concordia” a través de un nuevo consenso lingüístico. Una concordia, decían, que “sólo puede articularse concibiendo la lengua como parte esencial de nuestra riqueza, nunca como problema”. Para ellos, y también para Fernández Paz, la aceptación de esos premios sería una manera de utilización política partidista por parte de aquellos que hacen “agresiones contra la misma cultura que se finge exaltar con protocolario boato”.
A pesar de eso, en su comunicado el escritor gallego reservó también unas pocas y agradecidas palabras para los miembros del jurado por la concesión de un premio cuyo mérito no quiso personalizar en sí mismo, sino en todo un colectivo de autores que, como él, contribuyen con fuerza a universalizar la literatura infantil y juvenil gallega.
Bondad y modestia, además de valentía y coherencia. Gracias Agustín.

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