::ON TIME por David G. Casado::

A veces existe el miedo o la ilusión de que tus sueños algún día serán reales y a veces deseas que la realidad no sea sino un sueño o piensas que tal vez lo sea porque se está tan dentro de la realidad que el tiempo desaparece de la cuestión.
En las aglomeraciones humanas de un intercambiador de las afueras fijo la mirada en los rostros que se cruzan a mi paso, siempre contraídos, reflejando un anhelo indescriptible, el anhelo del tiempo que se escapa por la alcantarilla del tránsito inevitable. Últimamente me preocupo por la facultad de llegar a tiempo, on time. De no desperdiciar ni un minuto más “haciendo tiempo”.

El trayecto es casi siempre el problema, las distancias que nos separan de lo que deseamos. El acercarnos el objeto de nuestro deseo es sin duda el mayor problema de la civilización contemporánea y también el gran negocio del mundo; al multiplicar los objetos de deseo se multiplican las distancias y siempre habrá alguien dispuesto a traerlo lo más cerca posible de nuestros cuerpos. Tan cerca que parece que siempre estuviera ahí, acoplados a nosotros como órganos que respiran tiempo.
Este delirio onírico del deseo trastoca la realidad y la convierte en ficción de otros. Queremos lo mejor para nosotros y lo queremos cerca y estamos dispuestos a sacrificar todo nuestro tiempo para conseguirlo. El tiempo se convierte en una profesión, una facultad que hemos de planificar cuidadosamente. Ayer me decía alguien que en Nueva York para quedar con unos amigos tienes que fijar una cita con meses de antelación, pero esto casi se puede aplicar a cualquier lugar del mundo; siempre hay un tiempo propio comprometido y con el que otros cuentan. En ese intercambio perdemos un alto porcentaje de experiencia.
Necesitamos tiempo, nuestro y de otros para canjearlo por dinero que pague productos que mejoren nuestra calidad de vida y nos hagan vivir presumiblemente más tiempo. Deberíamos de revisar la noción de calidad de vida cuando esta se escapa de nuestras manos en el anhelo desquiciado del deseo y su recompensa, a menudo ficcional. En la cualidad proustiana, esponjosa, de una magdalena mojada en café con leche está la prueba de que el tiempo no nos pertenece, o al menos quizá de que en nuestra incapacidad para adaptarnos maquinalmente a él se decide la potencialidad poética del presente.

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