::SIN FE EN EL ARTE por David G. Casado::

Una de las últimas palabras que escuché en conferencia a nuestro querido JLB fue que hacía tiempo que él mismo “había perdido algún tipo de fe en el Arte”. Eso, dicho por alguien que ha dedicado toda una vida a hablar y escribir sobre arte y cultura, nos parece que merece ser tenido en cuenta. Recuerdo que en la misma mesa en la que hablaba de ello con palabras gratamente liberadoras, al menos para mí, otro ponente –Darío Corbeira- replicaba que al él sencillamente le encantaba el Arte y que no iba a dejar de hacerlo, que no era una cuestión de fe. Pienso, con todo mi respeto, que tal vez Corbeira no llegó a entender que JLB no hablaba de la práctica del arte sino de la “representación” actual de la misma.
Y cuando hablamos aquí de representación lo hacemos en el sentido de puesta en marcha de una creencia que mueve una Industria formada por Galerías, Fundaciones y Museos que funcionan gracias a dinero privado y sobre todo público (en muchas ocasiones si se invierte dinero privado es para revertir en descuentos fiscales subvencionados con dinero público) a costa de unos productos dotados de cuasirreligiosa aura cuya relevancia viene dada en función de su valor de mercado.
Del mismo modo que la Iglesia funciona gracias a la maquinaria espiritual, a la creencia cultivada de una fe en Dios, la Industria Arte funciona gracias a una misma estrategia abstracta de creencia en un ideal estético –nunca definido e interesadamente nunca definible- que se modula en base a flagrantes operaciones especulativas. El escándalo Damien Hirst es un buen ejemplo de ello. (Interesante es al respecto el documental de Ben Lewis: “La gran burbuja del Arte Contemporáneo” http://esferapublica.org/infoesfera/?p=902)
Muchos somos los que hemos perdido la fe en el arte, los que no podemos tragar la complaciente demostración, montaje tras montaje expositivo, de que las obras de arte aportan contenido a nuestras sociedades. Quizá a un profano se le pueda convencer de que una obra de cualquier artista contemporáneo le está dando una experiencia enriquecedora, pero cómo si no es gracias a la fe en el arte, a la herencia Ilustrada de que todo eso que llamamos Arte, y que en muchos casos ni siquiera entendemos, es bueno para la sociedad, que la hace avanzar. Sólo hace falta un poco de rigor para desvelar la interesada patraña que tal discurso enmascara.
Es ese rigor, la formalización del conocimiento artístico en funciones bien claras y muy pertinentes en nuestras nuevas sociedades, cada vez más congregadas en torno a objetos y protocolos inmateriales en los que el arte -la tradición de formas de experiencia plástica, estética filosófica, estudios visuales y culturales, todos ellos bajo un programa de acción concreto y efectivo- sin fe sino como puro trabajo, tendría mucho que decir.

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