::MICHAEL PETER JACKSON PAN por Bruno Marcos::

Hacer un análisis de lo que ha sido el fenómeno Michael Jackson, después de que se hayan apagado los fuegos informativos hace ahora un año, desde una perspectiva exclusivamente sociológica es, cuando menos, algo insuficiente. Juzgar sus excentricidades como una patología sin más se queda corto. Es como si pretendiésemos, nosotros, simples mortales, evaluar a los faraones egipcios.

A quien haya viajado a Katmandú le habrán llevado, seguramente, a visitar a la diosa niña que vive como tal en un palacio hasta que alcanza la adolescencia y habrá salido, como yo, preguntándose qué será de esa muchacha cuado la expulsen del templo y se dé cuenta de que debe vivir como una persona normal aunque ya no pueda serlo porque será una mujer que fue una deidad y dejó de serlo.
Michael Jackson fue nuestro dios niño y el faraón del Egipto del capitalismo avanzado y, además, lo fue siendo divino a la vez que popular, cantando maravillosamente e inventando el espíritu de la época, el zeitgeist, con materiales muy sencillos, de la calle, con el breakdance robotizado, el grito lastimero del soul, el arañazo de un light rock&roll, con un vestuario punky carísimo, diseñado y cortado al milímetro, pero con la estructura de la ropa barata del muchacho arrabalero que juega a disfrazarse con los trapos que hay por casa.
Se le pretende a la postre un freaky -y así se le deposita en la mirada de las nuevas generaciones- pero no debemos olvidar que el freaky es el monstruoso que no sabe hacer nada, el cúmulo del error que capta la atención sin ninguna virtud y Michael fue bellísimo y un virtuoso, alguien que logró el mayor éxito del planeta.
En las declaraciones del juicio sobre su supuesta pederastia se pudo comprobar que se trataba de una persona dulcísima, de una inocencia tal que nos inclinaba a absolverle sin necesidad de pruebas. Verle entrar a los tribunales, con su paso alado y aquel atuendo imaginario condecorado de símbolos mudos de un ejército inexistente de sueños, conmovía. Al pasar el arco de detección de metales pareciera que iban a descubrirle doblemente armado con las pistolas de la risa. Era como sentar en el banquillo a Blancanieves o a Bamby, un sacrilegio.
Se han cansado de decir que era el negro que quería ser blanco pero lo cierto es que con lo que soñaba era con ser el personaje de una película de dibujos animados, no hay más que observar su rostro último, las cejas inclinadas, los ojos enormes y tiernos, los pómulos ovalados, la sonrisa en forma de uve sobre el mentón dividido y la nariz, culminada en esa bolita como la de Mickey Mouse.
Hemos sido pretendidamente crueles con ese hombre, sádicos, por envidia. Dio señales de una gran inteligencia relatando lo atroz que fue su infancia, la crueldad del padre que enseñaba a un dios a ser divino a golpe de correa, los hermanos entrando a acostarse con fans mientras el infante dormía en la cama de al lado...
En un mundo enfermo de riqueza nos ha enseñado cómo podría ser nuestro futuro y ha pagado con su vida, que no tenía sentido fuera del trono del escenario, el precio de mostrarnos el infierno que sería la nuestra si, en lugar de un sueño, fuese algo cierto. Es trágico ser un dios vivo y añorar la inocencia del país de Peter Pan, no en vano el de nunca jamás.

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