::LAS CENIZAS DE MI VOLCÁN por José Luis Brea::

Resulta sorprendente con cuánta facilidad un sistema entra –no diré en erupción- en colapso. Esa asociación pertinaz de políticos y periodistas que inevitablemente nos martiriza querría vincular esas disfunciones magníficas a algo siempre grotesco y maligno: el uso perverso del hacer civilizatorio –por ejemplo, el cambio climático-, Al Qaeda, el Eje del Mal, la tóxica trama Gurtel ...
Pero esto es mucho más deliciosamente pequeño y amoral, tiernito e inocente –casi como el inocente devenir nietzscheano. Por fin algo de lo que nadie ni nada –por ahora- tiene la culpa: un auténtico acontecimiento libre, una micronésima incidencia (o una nube de ellas) brotada en la periferia extrema del sistema –digamos el sistema Europa- pero capaz de llevarlo por entero a la crisis, a la hecatombe absoluta, casi perfecta.

Perfecta, sí: pues hay algo de feliz en ella. En primer lugar cómo pone en suspenso –como en suspensión flotan esas etéreas cenizas- el régimen de la vida ordinaria, revelando su a voces secreta –secreteada- innecesidad: digamos, el hecho de que, pese a que estamos convencidos de que el mundo y la vida sólo pueden ser como son –así de repugnantes: con esa millonada de ministros viajando cada semana de Chipre a Londres, de Bruselas a León-, tal supuesto es una falacia revocable –y revocada- a la mínima. La misma cadena embrujada de microincidencias que se lleva al gobierno polaco en pleno a la tumba aeronáutica cuando se dirigían a concelebrar el perdonamiento de otros crímenes brutales en bosques no menos rusos –cuajaditos de espíritus que viajan de Transilvana a Reikiavik, sin boleto-, impide ahora que una infinidad de líderes mundomundiales se acerquen a dar sus inaceptables condolencias a unos muertos y otros. Es –esta parálisis de todo lo volador por todo lo casi volátil- cosa de brujas, definitivamente –brujas anticrísticas, excuso decirlo.
Lo segundo que nos gusta de todo esto –lo primero ya lo he dicho, pero lo repito por si a alguien se me ha perdido: que nos demuestren que la vida no tiene que ser tan necesariamente así como es- lo segundo es comprobar cómo lo pequeño, lo muy muy pequeño pero lanzado muy muy a lo alto en su ser sin peso, derrumba a lo grande –así a lo bestia. Si esto es un piedra papel y tijeras, esa pequeñez de una nubecilla de piedritas destrozando, como ratoncillo en trompa de elefante, las turbinas mismas del sistema (que no, no eran las de la Tate).
Y lo tercero que nos encandila, esa economía de símbolos que sobre-excede toda necesidad, haciéndose lujuria de festín sagrado (en su profana maquinación dominical). Quiero decir, que para hundir un poquito más el sistema en su fatídica entropía -iba a decir inmundicia- no hacía falta tanta sobrepujanza de signos. Pero así es la brujería, amigas: gasta casi tanto en ornamentar la implacable geometría de sus conjuros como en garantizar la eficacia misma de sus terribles acciones (o acaso aquí todo ornamento sea función, y no delito).
Y en esa majestuosa sobreabundancia de lo simbólico –un volcán enterrado bajo un glaciar que espuma sus vapores, en un extrarradio del mundo al que lo único que llegan son las crisis sistémicas, de las que es legítima venganza, claro- ese exceso de belleza con que las políticas de lo menor se juegan- nos vemos sonreír por tercera vez (en apenas el millar de palabras).
Todo esto me recuerda en algo –y no me pregunten por qué- una de las mejores piezas de arte –cuando todavía había de eso- a cuya concep(tualiza)ción tuve el placer de asistir-disfrutar casi desde que empezara a ser pensada. Un pequeño reloj de arena –compuesto por dos ampollitas que parecieran ediciones contravertidas del air de paris duchampiano- pero relleno de un material sorprendente.
Las cenizas de la amante de mi amigo, acaso sucumbida en uno de los pocos vuelos que, quizás, se hicieron no debiendo haberse hecho.
¿El título de aquella maravilla cuyo recuerdo aún conservo? Elocuentemente volcánico (y quizás caníbal): “las cenizas de mi amada las que midan el paso de las horas” …
Tic Tac, que pasen ellas veloces …

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