::DE LOS MUERTOS Y EL OLVIDO por César Reis::


Uno de los episodios más estremecedores, y probablemente más ignorados, de la Segunda Guerra Mundial es el relacionado con la matanza llevada a cabo en el bosque de Katyn, a 20 kilómetros de la ciudad rusa de Smolensk, cercana a la actual frontera con Bielorrusia y donde el sábado se produjo el accidente aéreo en el que falleció el presidente polaco, Lech Kaczynski. Allí, pero también en Tver, en Jarkov…, el ejército soviético ejecutó en 1940 a casi 22.000 militares polacos mediante el procedimiento del tiro en la nuca. La masacre había sido ordenada por Stalin siguiendo el consejo de Lavrenti Beria, jefe de de la NKVD (la policía secreta precursora del futuro KGB).
Este brutal exterminio tenía como fin acabar con una intelligentsia polaca (entre los ejecutados estaban médicos, profesores universitarios, abogados…) que pudiera ejercer la resistencia a la sovietización de los territorios que la URSS se había adjudicado en virtud del ignominioso pacto Mólotov-Ribentrop de 1939 con la Alemania de Hitler.
Los soviéticos siempre negaron su participación en esa burda masacre atribuyéndola a la Gestapo, incluso en 1943, cuando el ejército alemán intentó invadir la URSS y descubrió los enterramientos masivos en Katyn. La mentira perduró, para sufrimiento de las familias de los desaparecidos, durante casi medio siglo, juicio de Nuremberg incluido, con el beneplácito de las potencias occidentales que habían participado en la segunda Guerra Mundial. Hubo que esperar a 1990, para que, con la Perestroika de Mijail Gorbachov, Rusia, principal heredera de la antigua URSS, comenzase a reconocer su responsabilidad en aquel terrible genocidio entregando a Polonia sólo una pequeña parte, aunque suficiente, de pruebas documentales.
La estremecedora historia de estas brutales ejecuciones, pero también la de la cruel incertidumbre de las mujeres de los soldados que nunca regresaron a sus hogares, la llevó al cine el octogenario cineasta polaco Andrezj Vajda, cuyo padre era uno de los desaparecidos. El film “Katyn” fue presentado en Polonia el 17 de septiembre de 2007, fecha en que se conmemoraba la entrada en el país de las fuerzas soviéticas en 1939.
Hace un par de semanas esta cinta, que todavía no se había estrenado oficialmente en Rusia, salvo dos o tres proyecciones restringidas, se emitió en el canal Kultura seguida de una mesa redonda con políticos, historiadores y el cineasta Nikita Mijalkov. Sin duda, todo un gesto positivo por parte de este país. Por otra parte, el pasado domingo, tras la muerte del presidente polaco precisamente cuando se dirigía a Katyn para la conmemoración de aquel terrible suceso, volvió a emitirse en horario de máxima audiencia. El reconocimiento y la asunción de aquellos hechos parece ser ya evidente en Rusia, proyectando una imagen positiva de un país no siempre dado a tales gestos.
La historia es muy dura, sin embargo, y por desgracia, no es necesario irse tan lejos para encontrar masacres semejantes. Se calcula que sólo en el Valle de los Caídos yacen los cuerpos de entre treinta y treinta y cinco mil hombres y mujeres muertos en la Guerra Civil. De ellos sólo en torno a 20.000 han sido identificados. Nadie ha sido juzgado por estas muertes, ni por ninguno de los miles de asesinatos cometidos en las cunetas, en los muros de los cementerios o en cualquier otro lugar durante la guerra y la posterior y brutal represión de los primeros años de posguerra.
Resulta paradójico y bastante penoso que, ahora, mientras Rusia, un país no siempre dado a veleidades democráticas, se preocupa por adoptar una imagen de tolerancia de cara al exterior reconociendo su culpa en el genocidio de Katyn, aquí el único que se vaya a sentar en el banquillo por haber removido las tumbas del franquismo sea un juez cuya labor se ha caracterizado precisamente por la lucha por la Paz. Como comenzaba diciendo el pasado 8 de abril el editorial de The Economist (“Judge not”): “Franco debe estar riendo en su tumba”.






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