::I HAVE A DREAM por Jesús A. Marcos::

I have a dream: política onírica. El gran recurso. La madre de todas las soluciones.
La historia y la política, con sus empeños de época, tienen pinta de no ser otra cosa que reiteradas alucinaciones oníricas. Como decían en los pueblos de León, lo sueñan por la noche y lo parlan por el día.
El siglo XIX, tan maravilloso por lo demás, nos ha dejado enganchados a algunos de esos sueños. El nacionalismo es uno de ellos. Y tiene carácter de pesadilla, de esas pesadillas de las que uno no puede desprenderse por mucho que se empeñe. O, precisamente, porque uno se empeña.
Por eso, hay que hacer frente a esa pesadilla en su propio terreno. Hay que ir a las alucinaciones nocturnas. Contra un sueño desagradable, otro hedónico.

Por eso, yo también he tenido un sueño.
Y lo advierto: mi sueño no es sólo un sueño, es, también y sobre todo, como los sueños bíblicos, la solución.
Y ¿por qué?
Veamos.
Sobre la piel de toro, ya no está España. En mi mapa pone Euzkaña. El nuevo país se dirige desde las vascongadas, pero abarca el mismo territorio que antes ocupaba España. En su interior, todo es equilibrio y hay quien lo ve como una sublime manifestación de la armonía. Seguramente, el país vasco se independizó y, después, anexionó al resto de los antiguos territorios. Claro, la nueva dirección nacional ha impuesto al nuevo estado un nombre cuya raíz es la de los bizcaitarras, pero, por conceder algo a los territorios absorbidos, ha modificado el sufijo, recuperando el del anterior estado y concediendo la conservación de la tan hispana ñ. No se nos escapa que el nombre, de paso, sugiere que es Euzk(adi) quien ahora da caña a la otrora dominante Espa(aña).
La capital está en Bilbao y de ella parten todas las carreteras y vías ferroviarias, a través de las cuales se expande y difunde no sólo el poderío económico vasco, sino también su ancestral cultura y su magnífico idioma, que es lengua oficial y obligatoria en el resto del estado. Pero, atención, las demás regiones, muchas de las cuales prefieren considerarse naciones, gozan de unos estupendos estatutos de autonomía. Para elaborarlos se tomaron como referencia, aunque sin decirlo abiertamente, los estatutos que tiempo atrás tuvieron vascos y navarros. Así, por ejemplo, Castilla posee un tratamiento especial en cuestiones impositivas, que le libra de apechugar como los demás y dispone de una policía propia que luce hermosos uniformes de color morado. Por si eso fuera poco, el gobierno bilbaíno hace la vista gorda cuando autonomías como la andaluza procuran evitar el uso del euzquera en la enseñanza o al observar que los leoneses están fomentando un idioma también antiguo, rescatado de las noches del medievo.
La gente está muy contenta en mi España onírica, es decir, en Euzkaña.
Los españolistas ven que se ha mantenido la unidad territorial y que, al fin y al cabo, el nuevo nombre del país se parece al de siempre. Además, todos viven mejor. Los vascos siguen haciéndolo como Dios, pero, además, ahora son los que mandan y, con eso, se sienten ya rematadamente superiores. El resto de las autonomías están encantadas de regirse por estatutos que antiguamente envidiaban y que protegen su cultura y su economía de una manera que ni se hubieran atrevido a imaginar cuando España era España.
Es verdad que no hay sueño perfecto y éste tiene también pequeñas, aunque algo molestas, intrusiones. La gente es feliz, como digo, pero sólo porque se trata de una etapa situada a medio recorrido y aún se recuerdan los sufrimientos y los desequilibrios de antes. Así, Madrid -por lo demás, muy orgullosa de su pujanza económica-, cree que paga más de lo que debe y que no se respeta su ancestral estilismo, por lo que el gobierno regional, temeroso de perder votos, mira para otro lado cuando algunos violentos toman las calles o queman la bandera de Euzcaña, para desesperación y humillación del gobierno de Bilbao. Pero, ya digo, por ahora no es nada preocupante. También hay quien propone cambios en los símbolos, aunque sólo sea para incordiar. Son una minoría, pero se les ocurren cosas como reclamar una bandera nacional más moderna. Dicen que la actual, que es una ikurriña algo retocada, se inspira, como aquélla, en la inglesa, pero que, hoy en día, Inglaterra no es un modelo digno. Mejor sería, pregonan los progres, una con barras y estrellas: las barras podrían recoger algo de la vieja historia del territorio, con algún rojo y algún amarillo, y las estrellas representarían a cada uno de las autonomías. Bilbao no lo ve bien, porque hay aquí un encubierto camino hacia el federalismo y no van a desmontar la cosa ahora que les gusta tanto a los vascos.
Y, en fin, todo así. No merece la pena extenderse más.
Lo soñé por la noche y lo he parlado por el día.
(Repito: tómese mi sueño como programa. Es la solución)

Jesús A. Marcos, oniropolítico y asesor de autistas.



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