::QUÉ BUSCA LA NASA EN LA MINA SAN JOSÉ por Jesús A. Marcos::

Pensar en la situación de esos 33 mineros chilenos encerrados a casi 700 metros de profundidad me pone los pelos de punta. Debieron ser terribles esas primeras semanas que permanecieron aislados, sin apenas qué comer y, seguramente, convencidos de su muerte inminente. Después, el contacto con el exterior les ha abierto la esperanza, pero tiene que ser todo tan incierto para ellos que les debe resultar dificilísimo mantener el ánimo equilibrado. Nunca tantos hombres se habían mantenido vivos a esa profundidad durante tantos días y no hay experiencia previa de un rescate de tal envergadura.
Parece ser que en esa situación la religiosidad de los mineros se ha disparado. Según cuentan los periódicos, han pedido que se les proporcionen biblias y estampas y dos de ellos han adquirido protagonismo por su vinculación religiosa previa. Hace años leí un interesante artículo de unos psiquiatras norteamericanos que habían trabajado con enfermos terminales a los que pretendían preparar para aceptar la muerte. Decían los psiquiatras que entre los terminales no había dudas sobre la existencia de Dios. Algo parecido, probablemente, esté ocurriendo en las profundidades de Mina San José. Allá, en lo hondo y al borde de la desaparición, los mineros necesitan y ven a Dios.
Pero la pasada semana, sin que nos lo esperáramos, irrumpió en los informativos una noticia que chocaba frontalmente con la de la fe redescubierta de los mineros. Resulta que otro gran atrapado, aunque, en su caso, víctima de su propio cuerpo, Stephen Hawking, se inclinaba a pensar que Dios no existía. En escritos anteriores se había mantenido en la ambigüedad, pero ahora, decían los que adelantaban el contenido de su último libro, había decidido optar por el no. La negación de Hawking, inopinadamente, tuvo tal repercusión que hasta le dedicó el editorial del día uno de nuestros periódicos de mayor difusión. Los mineros veían un agujero espiritual por el que escapar de su angosta prisión material, pero el sabio inglés nos consideraba inexorablemente encerrados en un universo material del que, si alguien lograra salir, no conseguiría otra cosa que caer en otro universo similar al del que procediera.
¿A quién creer, pues, a los religiosos mineros o al descreído físico?
Uno no sabe qué pensar. Las dos partes enfrentadas nos sobrecogen por la terrible carga trágica que la vida ha puesto sobre sus hombros y nos parece que quien es capaz de sobrellevarla sin enloquecer debe ser capaz de pensar y de decir la verdad. En cuanto a los méritos intelectuales, si bien es cierto que Hawking goza del don de la sabiduría, no es menos cierto que los mineros son más y que el consensus gentium ha sido esgrimido por la tradición teológica como prueba de la existencia del Creador. Para liar más las cosas, parece como que nuestro científico, a pesar de su buena posición social en el mundo occidental, se empeñara en reavivar la llama atea de aquellos cosmonautas soviéticos que dicen que afirmaban no haber visto a Dios en el espacio, en tanto que los mineros, en los que uno siempre espera ver el destello del socialismo revolucionario, se muestran recatados y beatos.
La cosa, desde luego, no parece tener solución.
No lo parece, pero, quizá, la tenga. Porque, fíjense ustedes, hay en la mina de San José una inopinada y extraña presencia. Como caída de allá arriba, del altísimo norte del continente americano, ha aparecido de repente la NASA. ¿Y qué hace la NASA en una mina, en las profundidades de la tierra, cuando lo suyo es el espacio exterior? Para la NASA no parece tener trascendencia lo escrito por Hawking, que, sin embargo, es de su cuerda, pero a Mina San José ha enviado de inmediato una delegación. Y si la NASA está allí es porque busca algo y ese algo debe tener que ver con las preocupaciones de los mineros. Y sus preocupaciones, como, al parecer, las de cualquier bicho viviente, han acabado basculando hacia la teología. Si desde Gagarin a Hawking, pasando por los mineros y los periódicos de tirada importante, todo el mundo quiere ejercer de teólogo, por qué no pensar que también la NASA quiera intervenir e, incluso, sentar cátedra.
Las agencias norteamericanas prolongan su existencia más allá de la realidad. No me refiero a que parte de sus planes o de sus actividades sean secretos u ocultos –los antinorteamericanos, además de ocultos, los consideran aviesos-, sino a que su realidad física es sólo la punta del iceberg de todo lo que son si les añadimos lo que la imaginación literaria o cinematográfica les ha proporcionado. La NASA no podía ser menos. Por mi parte, contribuiré al engrandecimiento del mito sospechando que ella anda también tras la huella de Dios. Al fin y al cabo, si Dios existe, la cosmonáutica, de la que ellos se ocupan, quedaría muy achicada ante la perspectiva de la teonáutica. Por eso, quieren saber más sobre el asunto. Lo cual no es óbice para que también sea verdad que quieren y pueden ayudar a los mineros por su experiencia y conocimientos en lo referente a la vida de aislamiento.
Para la NASA, la perspectiva de Hawking, que no es más que la continuación de la de tantos otros sabios especuladores ateos, no aporta nada nuevo. Pero saber qué viven y qué ven los mineros sí puede ser enriquecedor. Ya hemos dicho que nunca un grupo tan numeroso se había visto sepultado a tanta profundidad y sobrevivido tanto tiempo. Entonces, si ellos creen en Dios, quizá sea porque allí abajo se le pueda ver mejor. Porque, quién sabe si Gagarin no vio a Dios no porque no lo haya sino porque no es en el espacio exterior donde reside, sino en este otro de las entrañas de la tierra: perspectiva interior frente a perspectiva exterior.
Y, además, hay otra posibilidad: ¿y si la NASA no buscase a Dios sino al demonio? Las entrañas de la tierra han sido siempre consideradas el lugar del averno o de la caldera de Pedro Botero. Una mina tan profunda debería estar más cerca de una entidad tan temida. Puede que Dios no exista, pero no es la única cuestión a resolver. Aunque la civilización ha ido devaluando las siniestras figuras de las divinidades y entidades maliciosas, las creencias dualistas arraigaron durante siglos y han constituido el substrato de algunas herejías. Incluso nuestros sabios han aludido a ellas, aunque sin atreverse a sacarles del nivel de la hipótesis. Descartes supuso por un momento que un genio maligno podía dedicarse de continuo a mantenernos en el error. Pero incluso Laplace, ese astrónomo más cercano a nosotros y con cuya postura han identificado algunos a Hawking, jugó con la posibilidad de que se diese una inteligencia para la que nada, ni del pasado ni del futuro, le resultase incierto: en su honor, se la llamó el demonio de Laplace. ¿Y si la NASA estuviese buscando ese demonio capaz de controlar exhaustivamente la posición y el devenir de cualquier partícula material? ¿No será que este mundo material, con sus avatares trágicos, le parezca a la NASA más obra del demonio de Laplace que de Dios? Si es que hasta la misma desgracia de estos pobres mineros, oprimidos por los ricos y ahora comprimidos por la tierra misma, parece haberse concebido por una mente maligna. Y el malvado dueño de la materia quizá resida en las entrañas de la misma y no en los vacíos espacios interestelares.
Cielo santo, qué lío.
Y nosotros tan ingenuos.
Y tan bizantinos

No hay comentarios:

Publicar un comentario